domingo, 1 de abril de 2018

Aunque a menudo nos quieren hacer pensar lo contrario, la tecnología y la ciencia no van por los mismos senderos. Ni, sobre todo, caminan al mismo ritmo. La tecnología (un nuevo robot, un nuevo celular, un coche sin conductor) es rápida y cambiante, un éxito seguro en audiencias ávidas de avances epatantes. Por el contrario, la ciencia camina despacio: necesita proponer nuevas hipótesis, descartar otras, completar lagunas, reunir evidencias... Interesa menos algo tan desesperadamente lento que produce abundantes notas de prensa... ¡de hallazgos pendientes de confirmar!

NADA ES LO QUE PARECE

Pero, es cierto, la ciencia se aprovecha de muchas innovaciones, con frecuencia de una manera que ni siquiera habían previsto los aplicados tecnólogos. Un ejemplo de ello: la tecnología LiDAR (acrónimo de Light Detection and Ranging) se creó a principios de la década de 1960, poco después de la invención del láser. Se basa en el tiempo que tarda este tipo de luz en llegar a un objeto y en volver su reflejo a un sensor, lo que permite con millones de medidas crear modelos tridimensionales de gran precisión. Primero se utilizó en meteorología para medir nubes, y más tarde, en 1971, la misión Apolo 15 la utilizó para cartografiar la superficie de la Luna. Su aplicación en las Ciencias de la Tierra aún tardó en llegar, pero su utilidad la ha convertido en una potentísima herramienta de investigación. 
     Imagen tridimensional, obtenida mediante tecnología LiDAR, que permite visualizar y estudiar las distintas capas de lava de unas antiguas coladas volcánicas. Una vista aérea convencional no permite apreciar sus características volumétricas, ni siquiera diferenciarlas en su totalidad debido a la cubierta arbórea, tal como se puede comprobar en esta imagen de Google Earth haciendo clic aquí. El lugar es el campo volcánico de West Crater, en el  estado de Washington (EE. UU.). Fuente: Servicio Geológico de Washington 

El arte contemporáneo, atento también al universo (y a nuestros universos), no es ajeno a los avances de la tecnología y de la ciencia. Bárbara Fluxá (Madrid, 1974) es una artista que se vale de muy variadas técnicas y disciplinas en su trabajo, con el que pretende "despertar inquietud y generar debate en los temas que trato, y presentar otra mirada hacia el mundo que nos rodea". Especialmente interesada por la cartografía digital en la práctica artística, en su proyecto Nada es lo que parece (Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria, 2011) utilizó la batimetría (técnica para el estudio del relieve por debajo de un cuerpo de agua) mediante señales de ultrasonido para obtener modelos tridimensionales de un espacio sumergido: el pueblo de Argusino (Zamora, España), inundado hace cerca de 50 años por uno de los embalses más grandes de este país, el de Almendra. 
       Paisaje cultural sumergido I, de Bárbara Fluxá. Videoinstalación en díptico sobre muro (5 min). A la izquierda, el agua del embalse azotada por el viento. A la derecha, modelo 3D del pueblo de Argusino bajo el agua 

Y estas imágenes también las acompaña con las fotografías aéreas del vuelo americano de 1956-1957, cuando ese territorio aún no estaba inundado. Recuperar lo invisible, hacer presente el pasado y pensar en la capacidad de transformación del ser humano.

    Mapa de un lugar desaparecido (vista general), de Bárbara Fluxá. Políptico en impresión digital sobre Hänhemule, 4 x 3 m aproximadamente

¿CAÍDOS DEL CIELO?

Los modelos tridimensionales del terreno pueden elaborarse de diferentes formas y con distintos objetivos. Hay veces que, como en el caso anterior del campo de lava, recogen las elevaciones del terreno desnudo, como si no hubiera árboles ni edificaciones: se llaman entonces Modelos Digitales del Terreno, MDT, o por su acrónimo en inglés, DTM. Cuando incluyen también, además del propio suelo desnudo, las elevaciones que proporcionan la vegetación y las edificaciones, se conocen como Modelos Digitales de Superficie (DSM).Y un Modelo Digital de Elevaciones (MDE, o DEM) es el término genérico para referirse a los anteriores. Aunque, a veces, estos términos se utilizan de forma indistinta, generando más de una confusión. En cualquier caso, las aplicaciones de los Modelos Digitales de Elevaciones en investigación son enormemente variadas. A menudo asombrosas. 

Las llamadas Carolina Bays son unos humedales formados por depresiones poco profundas en el terreno, que aparecen en la llanura costera atlántica de EE. UU., desde el norte de Florida hasta Maryland a lo largo de más de 1.200 km, con una densidad especialmente alta en los estados de Carolina del Norte y Carolina del Sur. Son decenas de miles de depresiones, posiblemente más de medio millón, de forma elíptica y una longitud en su eje mayor que varía entre 80 m hasta más de 10 km. Su origen sigue siendo desconocido.   

         Carolina Bays en el sur de Carolina del Norte, vistas en un Modelo Digital de Elevaciones de alta resolución elaborado a partir de los datos altimétricos obtenidos mediante sensores aerotransportados LiDAR. La imagen cubre un área de unos 220 kilómetros cuadrados. Con otro tipo de técnicas y menor resolución hubiera sido imposible visualizar con tal claridad estas depresiones y sus bordes, cuya orientación se mantiene constante por sectores de cientos de kilómetros. Crédito: Michael Davias

Sin embargo, se barajan dos grupos principales de hipótesis para explicar las Carolina Bays. Una de tipo gradualista, según la cual se habrían formado por disolución y hundimiento del material bajo la superficie, con una modificación posterior debida a procesos lacustres y eólicos durante el Pleistoceno superior (entre hace 12.000 y 120.000 años), por lo que su orientación coincidiría con la de los vientos dominantes en esa época. El segundo grupo de hipótesis propone el impacto de un asteroide o de un cometa hace 800.000 años en la zona de los Grandes Lagos, situada entre 1.000 y 1.500 kilómetros al noroeste de la banda arqueada donde se localizan las depresiones. Tal impacto habría sido de bajo ángulo contra una espesa capa de hielo glacial, lo que produjo una expulsión de fragmentos de hielo con sedimentos que habrían modelado en su caída estas depresiones, lo que justificaría su distribución, forma oval y escasa profundidad, talladas solo en los materiales más blandos. 

Uno de los investigadores que apoyan esta hipótesis de origen extraterrestre, Michael Davias, se basa precisamente en el análisis de los ejes de estas elipses y la congruencia de su orientación con la supuesta trayectoria de los fragmentos despedidos tras la colisión. Y para ello ha analizado la forma de miles de depresiones, utilizando un Modelo Digital de Elevaciones elaborado a partir de datos altimétricos LiDAR. El tratamiento y estudio de las imágenes las lleva a cabo mediante el programa Global Mapper (una aplicación SIG que, por cierto, estoy utilizando últimamente con mucha frecuencia). 

Los propios meteoritos, no sus huellas, pueden mostrar aspectos sorprendentes si se examinan con un microscopio petrográfico o de luz polarizada, como los que habitualmente se utilizan para el estudio de rocas y minerales terrestres. En realidad, sus deslumbrantes colores ofrecen un aspecto similar al de muchos de nuestros pedruscos terrícolas

                 No es la vidriera de una iglesia: es un meteorito de hace unos 4.500 millones de años visto en un microscopio con luz polarizada. En concreto, se trata de una ureilita, que contiene olivino y piroxenos en una matriz de grafito-diamante (bandas de colores negros), sulfuros y hierro-níquel. Todos ellos son minerales que forman también parte de nuestro planeta. Imagen: Instituto Smithsonian    

 CAÍDOS DEL CIELO, PERO PERDIDOS EN LA TIERRA

 Esa prestigiosa institución de investigación, educativa y museística, el Instituto Smithsonian, tiene un papel (aunque secundario) en esta otra apasionante historia de meteoritos. El dúo de artistas argentinos formado por Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg (nacidos, respectivamente, en 1977 en Buenos Aires, y en 1978 en París) son los auténticos protagonistas. 

Se conocieron en 2005 y, al año siguiente, deciden viajar a la provincia del Chaco, en el norte de Argentina, donde ven juntos el llamado "Campo del Cielo", una zona de cerca de 55 kilómetros cuadrados en la que se contabilizan veintiséis cráteres de impactos, con numerosos y grandes meteoritos caídos allí hace unos 4.500 años. Un acontecimiento que pudo ser contemplado por la población indígena, los moqoit, y que está integrado en muchas de sus leyendas y tradiciones culturales. Con esa visita comienzan su proyecto artístico Una Guía a Campo del Cielo

En algún momento, nuestros protagonistas descubren también un gran meteorito cortado y expuesto al aire libre en el jardín de entrada al planetario de Buenos Aires. No existe documentación sobre él, pero se preguntan: ¿dónde estará la otra mitad? Viajan más veces al campo de meteoritos, ponen incluso el nombre a uno de ellos y van presentando su proyecto con cuentagotas: exposiciones de fotos y vídeos de los meteoritos, incluso de los que ya no están en el "Campo del Cielo", su sitio original. Se presentan a un concurso de estampillas (lo que llamamos sellos en España) convocado por el Correo Argentino y ganan con un diseño 3D de El Chaco, un meteorito de 37 toneladas, el segundo más grande del mundo. Investigan en instituciones argentinas y viajan a Reino Unido, Alemania, España (donde encuentran, en el Archivo General de Indias de Sevilla, documentos que muestran que, ya en el siglo XVI, los conquistadores españoles conocían la existencia de los meteoritos del Chaco, aunque no los identificaran, obviamente, como tales) y a EE. UU., donde conocen a William Cassidy, un geólogo planetario experto en "Campo del Cielo", quien les facilita el acceso a sus archivos. 

Meteorito El Chaco. Con un peso de 37 toneladas, se considera el segundo más grande de los descubiertos hasta la fecha en nuestro planeta, tras el meteorito Hoba, en Namibia, de 66 toneladas. Ambos son del tipo denominado sideritos, compuestos principalmente por hierro y, en mucha menor cantidad, por níquel. Los meteoritos de "Campo de Cielo" tienen, de promedio, un 92-93 % de hierro y un 6-7 % de níquel. Este fue el meteorito que eligieron Faivovich y Goldberg para representar en su estampilla. Foto: Alejandro López, vía Scientific American 

Por fin, Guillermo y Nicolás descubren qué pasó con la otra mitad de meteorito del planetario bonaerense, conocido como "El Taco", que pesaba entero casi dos toneladas: una expedición estadounidense a "Campo del Cielo", patrocinada por la NASA y en la que también participan científicos argentinos, lo encuentra tras su descubrimiento casual por un agricultor en 1962; un año después se envía al Observatorio Geológico de Lamont (Universidad de Columbia, EE. UU.), de donde es reenviado al Instituto Smithsonian para que se estudie allí, cortarlo en dos y devolver una mitad a Argentina. Pero con la tecnología que disponían no pudieron hacerlo. Lo mandan al Instituto Max Planck (Mainz, Alemania) donde sí lo consiguen y devuelven cada parte a los depositarios previstos. En el Instituto Smithsonian, aunque bien documentado, lo guardan acumulando polvo en sus sótanos; en Buenos Aires, a la intemperie, se convierte en un sin papeles.

Faivovich y Goldberg encuentran la oportunidad para dar a conocer su trabajo. Aprovechando que Argentina, en 2010, es el país invitado a la feria del libro de Frankfurt, convencen a las autoridades de su país para que, entre las actividades culturales enmarcadas por su participación en el evento, trasladen la mitad del meteorito a esa ciudad alemana y que el Instituto Smithsonian haga lo mismo con la otra mitad que custodia. ¡Lo lograron! Las dos partes del meteorito se reencuentran cuarenta y cinco años después

      Meteorito "El Taco", con sus dos partes casi juntas en la galería Portikus ( Frankfurt), en el año 2010, gracias al proyecto de Faivovich y Goldberg. Los organizadores de la exposición invitaban al público a que uniera con su cuerpo las dos piezas, que no podían estar a menos de 60 cm para que el suelo no se hundiera. Foto vía Clarín 

 Y no solo eso: la organización de Documenta, la mítica feria de arte que se celebra en Kassel (Alemania) cada cinco años, publicó el libro de estos dos artistas sobre los meteoritos del Chaco, en el que se recogen ensayos, fotos, escaneos de documentos técnicos, cartas, testimonios orales, antropología, historia política e institucional, legajos a punto de ser tirados a la basura por el Instituto Max Planck... El libro, The Campo del Cielo Meteorites, Vol. 1, El Taco, refleja un entusiasmo contagioso de sus autores y se inserta, como todo este trabajo del dúo argentino, en la reciente corriente europea de proyectos de investigación artística, algo que ya practicaron décadas atrás dos artistas estadounidenses pioneros del Land Art: Robert Smithson y Walter de María.

El interés que, a partir de entonces, despertó ese campo de meteoritos no provino de instituciones científicas, ni políticas o administrativas, sino que se derivó de este proyecto artístico. Documenta, además, seleccionó a Faivovich y Goldberg para su siguiente feria, la de 2012. Y ellos pensaron en llevar allí al mayor de los meteoritos de "Campo del Cielo", el que se conoce como El Chaco. El revuelo que se armó fue enorme: lluvia de cartas a la organización de la feria, protestas en las redes sociales, quejas en la prensa argentina,... ¿Motivos? "Lo que sale no vuelve", "se descontextualiza el meteorito", "el meteorito no es una mercancía", "es un hurto al patrimonio nacional y al pueblo moqoit" (su Consejo, sin embargo, no se posicionó hasta que se lo pidió el gobernador de la provincia y, aunque fueron contrarios al traslado, nunca antes habían celebrado ceremonias o actividades en torno a ese meteorito), etc. En fin, los artistas, a los que hasta se les llegó a acusar de ser unos ladrones encubiertos, retiraron su propuesta y la sustituyeron por un gran dado de hierro oxidado como trasunto del meteorito. Lo que iba a ser un ready-made cósmico acabó convertido en una obra de puro arte conceptual

Faivovich y Goldberg han seguido incorporando muchos otros aspectos de los meteoritos en su práctica artística:

      La Torre del Conocimiento, una exposición de Faivovich y Goldberg en la Galería Páramo (Guadalajara, México), año 2015. La exposición muestra una nueva faceta de su trabajo: fotografías de láminas delgadas de meteoritos vistas con microscopio petrográfico

Estas fotografías son fruto de su colaboración con la Universidad Estatal de Arizona (EE. UU.), una institución de referencia en ciencias planetarias, con la que examinaron meteoritos adquiridos a través de eBay


          Número 50, de Faivovich y Goldberg, año 2016. Impresión de tinta sobre papel de algodón (única impresión), 104 x 104 cm. Imagen: Galería Zmud, Buenos Aires. La fotografía circular del meteorito recoge lo mismo que vería un observador a través de un microscopio de luz polarizada

OTRAS MIRADAS 

A diferencia de la batimetría o del LiDAR, de los que solo se obtiene la altimetría del suelo (y, por tanto, la forma del relieve), otro conjunto de técnicas va más allá, principalmente las de tipo geofísico, con las que se puede disponer de datos y formas del subsuelo, esté o no cubierta su superficie por una capa de agua. Aunque la obtención y tratamiento de datos suele ser complejo (y más, todavía, su interpretación), hay resultados que admiten poco más que una discusión de sus matices:

    Capas y estructura geológica en el oeste del Golfo de México. Este perfil se localiza bajo el talud continental submarino en la zona conocida como Cinturón Plegado Perdido, un sistema de pliegues y fallas inversas sobre un paquete salino. El modelo está construido a partir de las velocidades de las ondas reflejadas desde el subsuelo marino, obtenidas por sísmica profunda de reflexión. Imagen vía CGG 
             
 Salgamos, de nuevo, a observar la superficie: el esqueleto y armazón del paisaje es el resultado de procesos geológicos, más o menos antiguos y superpuestos, que organizan, articulan y caracterizan el espacio. El resto del paisaje es piel, maquillaje y vestimenta. Así también parece entenderlo la peruana Ana Teresa Barboza (Lima, 1981), atenta observadora de la naturaleza y de los procesos que ocurren en ella, que utiliza a menudo el tejido y el bordado como medio de expresión. En su serie Leer el Paisaje nos propone, incluso, mirarlo de más cerca. Tal vez así podamos entender su esencia: 

     La experiencia de la proximidad, de Ana Teresa Barboza, obra de la serie "Leer el Paisaje". Tejido con hilos y cuerdas de algodón, tubo de metal, 280 x 160 cm. Año 2016. (Un auténtico perfil geológico, con un marcado plegamiento sinclinal-anticlinal en su zona central)

Llego al epílogo con Troika, un grupo de arte colaborativo formado por Eva Rucki (Alemania, 1976), Conny Freyer (Alemania, 1976) y Sebastien Noel (Francia, 1977), interesado en las diferentes lecturas objetiva y subjetiva de la realidad, y en las relaciones que establecemos con un mundo plagado de innovaciones y artefactos. Mi interpretación de esta obra suya: para avanzar, más importante aún que la utilísima tecnología (a menudo, sin embargo, esclavizante), es ser capaz de adoptar nuevos puntos de vista, ver los asuntos desde otras perspectivas diferentes a las habituales. En ciencia, en arte, en todo. 

      Dark Matter (Materia oscura), del grupo Troika. Madera, aluminio y fibras negras aplicadas directamente sobre la superficie, 238 x 238 x 238 cm. Feria Internacional Art Basel (Basilea, Suiza), año 2014 

              La misma obra, Dark Matter, vista desde otra posición


Próxima entrada: primera semana de junio de 2018. Mientras, sean felices (con moderación).  



       
               

Lo que los ojos (casi) nunca ven

viernes, 2 de febrero de 2018

EL AZUL INSUPERABLE

No hay muchos materiales en la naturaleza de este color, el azul, que sirvan como pigmento. Pero hacia el año 1200 de nuestra era comenzó a aparecer en el arte occidental el que es, sin duda, el de mayor esplendor y estabilidad entre los pigmentos naturales: el azul ultramar.

Se obtiene del lapislázuli, una escasa piedra semipreciosa que aparece asociada a calizas cristalinas afectadas por metamorfismo de contacto. La roca está formada por varios minerales: el principal es lazurita (no confundir con azurita), al que suelen acompañar pirita (un sulfuro de hierro) y calcita (carbonato cálcico), así como algunos otros silicatos.
   Lapislázuli pulido, de Afganistán. Las manchas doradas son de pirita; los colores blancos, en motas y en líneas muy finas, se deben a la calcita. Foto Parent Géry 

Baco y Ariadna (hacia 1520-1523), obra del pintor de la Escuela Veneciana Tiziano. Óleo sobre lienzo, 177 x 191 cm, National Gallery de Londres. El artista muestra una impresionante utilización del ultramar, obtenido del lapislázuli: en el cielo, en las telas de los personajes y en las colinas del fondo. Merece la pena, y mucho, ver la distribución de los pigmentos en este cuadro, la mayoría de origen mineral. Imagen: Google Art Project    

La lazurita es el principal componente del lapislázuli y el que le proporciona el color azul. Pero las impurezas (es decir, el resto de los minerales acompañantes) hacen que la extracción del apreciado pigmento sea sumamente laboriosa. De hecho, cuando se pulveriza el lapislázuli adquiere un color grisáceo. El complejo proceso de elaboración del ultramar, según la descripción del Libro del Arte, escrito por el pintor Cennino Cennini en el primer tercio del siglo XV, puede seguirse en este interesante e instructivo vídeo (6 min 12 s).  

A esta dificultad se unía otra no menos importante: la localización de la materia prima, toda ella situada en el entonces lejano oriente, en lo que hoy es Afganistán (los yacimientos de lapislázuli en el área del lago Baikal, en Siberia, y en la comuna de Monte Patria, en Chile, se descubrieron en épocas mucho más recientes).  
     Bloques de lapislázuli en una cantera de la provincia de Badajshán (extremo noreste de Afganistán), donde se extrae desde hace más de 6.000 años. 
Foto Rahmat Gul / AP Photo

Lazurita, mineral principal del lapislázuli. Es un silicato alumínico sódico-cálcico con pequeñas cantidades de azufre. Puede aparecer con diferentes tonos de azul y habitualmente se presenta como una masa compacta, sin cristales. Sin embargo, a veces, se encuentran ejemplares como este, un cristal dodecaédrico (doce caras) de unos 3 cm, muy bien formado. También procede de la provincia afgana de Badajshán. Foto vía Crystal Classics  

Lejanía de la materia prima ("más allá el mar", de ahí el nombre de este azul) y dificultad de extracción del pigmento: los dos aspectos que determinaron su elevadísimo precio, incluso más caro que el oro. Venecia, la poderosa ciudad-estado de la Baja Edad Media y primeros dos siglos de la Edad Moderna, y durante mucho tiempo capital comercial de los valiosos productos traficados desde China y la India, tenía la suficiente capacidad de suministrar el mejor ultramar a sus mejores pintores. La historia del poder económico es de inestimable ayuda para entender la del arte. 

A pesar de ello, los pintores europeos lo pudieron utilizar con más o menos restricciones. Como único pigmento azul aparece, por ejemplo, en La lechera (hacia 1660), de Johannes Vermeer, un pintor que lo empleó en casi todos sus cuadros. Usado junto a otros pigmentos azules lo podemos ver en La joven de la perla (h. 1665), igualmente de Vermeer; en La fragua de Vulcano (1630), de Diego Velázquez; o en El juicio final (h. 1504-1508), de El Bosco, entre otras famosas pinturas.

LA AZURITA Y SUS PROBLEMAS

El precio del ultramar obligó a muchos pintores a buscar otras fuentes para el azul. La mejor de ellas provenía también de un mineral: la azurita, un carbonato de cobre. Aunque tampoco era barato, proporcionaba un azul de gran calidad a menor coste. Las ventajas eran claras: no había que depender de Venecia (que no solo era el centro de importación de lapislázuli, sino también el de manufactura del ultramar), había yacimientos en Occidente, y la obtención del pigmento era francamente sencilla: un trozo de mineral se muele, después se lava y se diluye en agua, y finalmente se tamiza. Las partículas gruesas proporcionan un color azul oscuro, mientras que las finas aportan una coloración más clara. 
             Cristales de azurita, de hasta 2,5 cm de máxima dimensión, procedentes de la mina de Tsumeb, en el norte de Namibia. Foto vía Crystal Classics

Dama con una ardilla y un estornino (h. 1526-1528), del alemán Hans Holbein el Joven. Óleo sobre madera, 56 x 39 cm. Para el fondo utilizó azurita como pigmento, mezclado con blanco de plomo. Imagen: National Gallery de Londres 
   
El pigmento obtenido de la azurita es relativamente estable. De hecho, se ha conservado bien en muchos de los cuadros de grandes pintores clásicos: la mayoría de los azules de El Greco o de El Bosco están hechos con este colorante, al igual que el cielo de La rendición de Breda (h. 1635), de Diego Velázquez, por citar solo algunos ejemplos. 

Sin embargo, cuando se han aplicado capas gruesas de óleo con azurita se han vuelto, con el paso de los años, muy oscuras, casi negras, especialmente cuando el pigmento no estaba mezclado con ningún otro. Una posible explicación, aunque no la única, es la formación de una fina capa superficial de óxido de cobre sobre las partículas de azurita. 

Pero el problema principal de la azurita aparece en los frescos, donde tiende a pasar a verde, tal como se aprecia en casi todas las pinturas murales medievales en que se utilizó. El contacto con el agua transforma la azurita en otro mineral, la malaquita, un carbonato de cobre verde de composición muy similar. También se han detectado alteraciones a otros minerales, como la atacamita y la paratacamita, unos oxicloruros de cobre que proporcionan igualmente colores verdosos:
El monasterio de Voronet, del siglo XV, es una de las famosas iglesias pintadas de Bukovina (noreste de Rumanía) que forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. En este fresco de su fachada sur se aprecia cómo el fondo azul de la azurita ha pasado a verde en su zona inferior, debido al ascenso de agua por capilaridad: la azurita se convirtió en malaquita. Foto Ava Babili 

 Cristales de azurita, parcial o totalmente reemplazados por malaquita (color verde), un proceso de alteración en los minerales conocido como seudomorfismo. El ejemplar procede también de la mina de Tsumeb, en el norte de Namibia. Foto vía Crystal Classics

Y a continuación una obra de un artista contemporáneo, Martín Kline (Norwalk, Ohio, EE. UU., 1961). Aunque dedicada a dos de los grandes pintores de la Escuela Veneciana del siglo XVI (los azules de Tiziano y el magnífico verde esmeralda de Veronés, de ahí su título), también parece contarnos, como los frescos rumanos de Voronet, lo que le puede ocurrir a la azurita en contacto con el agua: 
   Veronese e Tiziano, de Martin Kline, año 2012. Encausto en panel, 
122 x 137 x 9 cm

Otra contrariedad: los pigmentos con partículas gruesas de azurita tienden a producir grietas en la pintura al temple, debido a la mayor acumulación de aglutinante en los poros existentes entre partículas; aunque, por otra parte, tienen la ventaja de ser menos propensos a su transformación en malaquita que los pigmentos a base de partículas finas. Así lo han puesto de manifiesto, en 2017, la geóloga Carolina Cardell, del Departamento de Mineralogía y Petrología de la Universidad de Granada, y otros colegas de esa misma universidad, en un artículo publicado en la revista Dyes and Pigments. ¿Solución? En las pinturas con pigmentos a base de partículas gruesas de azurita, más duraderas en color, se podría reducir el desarrollo de las grietas añadiendo pequeñas cantidades del mismo pigmento con grano fino.

AZULES DE NUESTROS DÍAS (Y DE NUESTRAS NOCHES)

Para el azul, el gran problema a lo largo de varios siglos, se fueron encontrando nuevas alternativas basadas en la síntesis química. Primero fue el azul de Prusia (ferrocianuro de hierro), descubierto casualmente en Berlín por el fabricante de pinturas Johann Jacob Diesbach y el alquimista Johann Conrad Dippel en 1705. Luego vinieron el azul cobalto (un aluminato de cobalto, obtenido en 1802), el azul cerúleo (una mezcla de óxidos de cobalto y estaño, sintetizado por primera vez hacia 1805) y el ultramar francés o artificial (conseguido por el químico Guimet hacia 1828). De los pintores impresionistas se sabe que, de los veinte pigmentos principales identificados en sus cuadros, doce ya eran sintéticos: entre ellos, estos tres últimos azules producidos por primera vez en el siglo XIX. 

Sería casi interminable la lista de pintores que, ya en el siglo XX, han sucumbido al azul: Picasso, Kandinsky, Yves Klein (con su conocido International Klein Blue), ... y tantos otros. Disponían de un amplio abanico de azules sintéticos, asequibles, que se fueron incrementando a lo largo del siglo con otros como el azul de manganeso artificial y el azul monastral (una laca de ftalocianina de cobre). A partir de finales de la década de 1940 llega la revolución de las pinturas acrílicas: una emulsión de un polímero acrílico y agua donde están contenidos los pigmentos; además de otras ventajas, comenzaron a ofrecer rápidamente una enorme variedad de colores, azules incluidos. 

La pintura del siglo XXI no renuncia tampoco al azul, casi una obsesión para ciertos artistas. Incluso el ultramar original, a partir de lapislázuli, sigue siendo utilizado por algunos pintores contemporáneos, ya a precios más módicos que antaño (aunque también muy altos). 

Martin Kline es uno de los pintores que indaga apasionadamente sobre este color, como también muestran estas dos obras suyas. Pero no solo: son cuadros que rinden homenaje a la ciudad donde reinó el ultramar, la Serenísima República de Venecia (el nombre oficial de la opulenta ciudad-estado); y su técnica, el encausto (cera de abeja mezclada con pigmentos, aplicada en caliente) nos remite a los antiguos griegos y romanos, cuyas pinturas realizadas sobre paneles de madera con este procedimiento han perdurado en el tiempo y mantenido su intensa coloración. La abstracción también se nutre del arte clásico:
                        Venecia, obra de Martin Kline (año 2012). 
               Encausto en panel, 127 x 122 x 9 cm 

Little Serenessima (año 2015), de Martin Kline. Encausto en panel, 61 x 61 x 9 cm 

El español Alberto Reguera (Segovia, 1961) es otro singular pintor del azul. Lo incorpora a partir de una gran variedad de pigmentos para sus abstractas y poéticas composiciones, a menudo inspiradas en la naturaleza. Hace casi tres años, comentó en una entrevista: "El azul, al que considero el color más inmaterial, me ayuda a generar sensaciones de vértigo y de profundidad". 
    Nocturnas materias superpuestas (2009-2011), de Alberto Reguera. Acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm 

En los últimos años ha ido engrosando el formato del bastidor y su pintura huye, no sabe bien hacia dónde, aunque parece feliz de hacerlo: 
 The journey of pigments (El viaje de los pigmentos), de Alberto Reguera. Técnica mixta, 200 x 200 x 19 cm, año 2016 

Escapadas celestes (2017), de Alberto Reguera. Técnica mixta, 150 x 150 x 17 cm


MINERALES DE AZUL

En algunas ocasiones, el color de los minerales se debe a las impurezas que contienen, especialmente de ciertos elementos metálicos cromóforos, con una elevada capacidad de pigmentación incluso en cantidades bajísimas. La primera vez (y, por cierto, la última) que tuve ocasión de investigar el origen del color azul en minerales fue en unas curiosas excéntricas de una cueva, la Gruta de las Maravillas (en Aracena, sur de España). Las excéntricas son un tipo de concreciones de carbonato cálcico, en este caso de aragonito, que a diferencia de las estalactitas y las estalagmitas no crecen según un eje vertical, sino que adoptan patrones extraños: en espirales o en forma de racimos y de agujas, a veces retorcidas, que apuntan en múltiples direcciones.

El principal elemento cromóforo que detectamos en los análisis, en cantidades significativas, fue el cobre, en 183 partes por millón. Años atrás ya se había constatado, en una cueva francesa, que el umbral mínimo de cobre para que las excéntricas aparecieran azules era de entre 50 y 100 partes por millón, menor aún que el que nosotros obtuvimos.
  Excéntrica azul de aragonito, en la Gruta de las Maravillas. El color azul se debe a impurezas de cobre. Foto de mi amigo Paco Hoyos (Francisco J. Hoyos)

Otros minerales, sin embargo, deben el color a sus constituyentes principales, como suele ocurrir en los minerales metálicos. Pero, aunque contengan uno de esos elementos cromóforos, como es el cobre, éste no imparte un color único, sino que depende de los otros elementos químicos a los que está unido en el cristal y de cómo todos ellos están ordenados en él. Por ejemplo, la azurita contiene cobre y la misma cantidad de carbonato que de iones de hidróxido: el cobre le da el color azul. Pero en la malaquita, de similar composición, el hidróxido es el doble que el carbonato: el cobre colorea en verde. 

¿Y la lazurita, el mineral del lapislázuli? Aquí el caso es bien distinto: no contiene cobre, ni cobalto (que también puede proporcionar azul) ni ningún otro elemento cromóforo.El mineral es un silicato de aluminio, cuya estructura cristalina está compuesta básicamente de átomos de aluminio o silicio enlazados con oxígeno, formando una red de tetraedros (poliedros de cuatro caras) que rodean al sodio. Los silicatos alumínicos suelen ser incoloros o blanquecinos, pero la lazurita presenta azufre en su composición. Los átomos de azufre se pegan a esa red en grupos inestables de tres, intercambian un electrón y, gracias a esto, el cristal absorbe la luz roja. Resultado: percibimos el color complementario al absorbido, el azul. 

Un complicado mundo, sin duda, el de los colores minerales. Por cierto, además del lapislázuli y la azurita solo se han utilizado dos pigmentos minerales, no sintéticos, para obtener colorante azul. Uno de ellos es la vivianita, un fosfato de hierro hidratado que, aunque se ha usado como pigmento desde la antigüedad, es muy raro encontrarlo en pinturas al óleo. El otro es la aerinita, un silicato-carbonato químicamente muy complejo y de estructura similar a las de ciertas zeolitas fibrosas; hay extraordinarios ejemplos de su aplicación en el arte románico catalán, tanto en pintura al temple en objetos de madera como en pinturas murales al fresco (un magnífico ejemplo es el Pantocrátor de la iglesia de San Climent de Taüll).     

¿VUELVE EL AZUL DE PRUSIA? 

Este color, el azul de Prusia, se considera el primer pigmento sintético moderno. Es corriente que aparezca en numerosas pinturas entre los siglos XVIII y XX. Pablo Picasso, por ejemplo, lo utilizó en las obras de su etapa azul (1901-1903). Su cuadro La habitación azul es el más recientemente estudiado desde el punto de vista de los pigmentos y la estructura de sus capas (mediante microanálisis de muestras de pintura en combinación con imágenes obtenidas por reflectancia y fluorescencia de rayos X), cuyos resultados publicaron Patricia Favero y colegas en este artículo del año 2017, en la revista Heritage Science
                         La habitación azul (1901), de Picasso. Óleo sobre lienzo, 50 x 62 cm. El azul de Prusia, solo o mezclado con otros pigmentos, es el predominante en las abundantes zonas azules del cuadro. También usó ultramar artificial en ciertas partes, como en el mar del paisaje que aparece en la pared del fondo. Imagen: The Philips Collection  (Washington D. C.)

Con la serie de cuadros Azul de Prusia, el mexicano Yishai Jusidman (Ciudad de México, 1963) aborda el Holocausto desde una perspectiva pictórica diferente: generando un silencio solemne y directo, elocuente en sí mismo. El producto Zyklon B era la marca registrada de un pesticida a base de cianuro utilizado por los nazis en las cámaras de gas, que a veces deja en las paredes un residuo azul, de composición similar al azul de Prusia. Aún hoy pueden verse esas manchas en los antiguos campos de concentración, como en el de Majdanek (Polonia). 
        Majdanek (2012), de Yishai Jusidman. 
Acrílico sobre tabla, marco del artista, 84 x 107 cm  

En ninguna de las obras de esta serie aparecen personas. Solo silencio, espacios vacíos, huellas. Manchas que ni los trapos son capaces de limpiar: 
Trapo 6, detalle. Obra de Yishai Jusidman (2013-2014). 
Acrílico sobre algodón montado en tabla, 44 x 37 cm 

Toda esta serie, que Jusidman expuso entre agosto de 2016 y febrero de 2017, en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC, Ciudad de México), la compuso exclusivamente en diferentes gamas de azul. En el último cuadro que muestro, los azules ya se acercan al negro."El azul, cuando está a punto de hundirse en el negro, evoca un dolor que casi no es humano" (Kandinsky). 
     Prussian Blue (Azul de Prusia), de Yishai Jusidman (2014-2015). Óleo y acrílico sobre lienzo, montado sobre tabla, 236 x 203 cm

Nota final: El nombre de esta entrada está tomado de la película Tres colores: Azul (1993), dirigida por el polaco Krzysztof Kieslowski (1941-1996). Después rodó Tres colores: Blanco (1994) y cerró la trilogía con Tres colores: Rojo (1994), la última película que dirigió antes de su muerte. 
    

Próxima entrada: primera semana de abril de 2018. Mientras, sean felices (con moderación). 

  


         
      

Tres colores: Azul

sábado, 2 de diciembre de 2017

UN PLANETA BASTANTE SECO

En contra de lo que pudiera parecer, la Tierra es un planeta con muy poca agua. Está muchísimo más seco que una mojama o un hueso viejo. A pesar de que los océanos cubren el 70% de su superficie, su masa equivale a solo un 0,0023% de la masa total del planeta. Y el resto del agua que tradicionalmente se considera en el ciclo hidrológico (aguas superficiales, subterráneas, glaciares, casquetes polares y la existente en la atmósfera y en la biosfera) apenas supone poco más del 2% de la masa oceánica.

Pero, además, se puede estimar la cantidad de agua atrapada en los minerales de la corteza continental y oceánica, así como la que aparece en sus materiales rocosos fundidos, o magmas. A esa cantidad hay que añadir otra aún más importante: la del manto terrestre (la parte interior del planeta por debajo de la corteza hasta el límite con el núcleo, situado a 2.900 km de profundidad), la mayoría de la cual no se presenta como una fase fluida sino como defectos en minerales teóricamente sin agua en su composición. Toda esta agua vendría a equivaler a poco más que la acumulada en los océanos.

El total del agua en el planeta, en definitiva, es ridículo en comparación con su tamaño. Sin embargo, esta escasa cantidad permitió el inicio y desarrollo de la tectónica de placas, que necesita de fluidos que actúen como lubricantes, particularmente de agua. Y, por supuesto, el origen, evolución y mantenimiento de la vida en la Tierra es impensable sin ella.

Obra efímera y fotografía del artista Nils-Udo (Lauf an der Pegnitz, Alemania, 1937). Agua, tierra, sauce blanco, briznas de hierba y dos tipos de bayas. Año 1999

Círculo de cañas de bambú, de Nils-Udo. Océano Índico, isla de la Reunión, año 1990. Imagen vía Point of View 

OCÉANOS EXTRATERRESTRES

¿De dónde procede el agua de nuestros océanos? Hasta finales del siglo pasado había pocas dudas: el agua provino del interior del planeta por la desgasificación del manto terrestre, gracias a las erupciones volcánicas que se han producido a la largo de la historia de la Tierra (que cuenta con una antigüedad de unos 4.600 millones de años). Pero la fiebre de exploración del sistema solar, iniciada en los años 60, iba dando sus frutos y permitía ya aventurar otras hipótesis. En 1987, el astrofísico Christopher Chyba propuso que la Tierra podría haber adquirido el agua de sus océanos primitivos a partir de cometas. Los cometas, en efecto, son cuerpos formados principalmente por hielo, además de polvo y partículas rocosas, que orbitan con diferentes trayectorias alrededor del Sol.

      El agua proporcionada por cometas fue la primera hipótesis extraterrestre para explicar el origen de los océanos en nuestro planeta. En la foto, el cometa Hyakutake cerca del punto más próximo a la Tierra por el que pasó en marzo de 1996. En el extremo inferior derecho se aprecian los gases y partículas sólidas (color verde-azulado) que rodean a un núcleo de hielo sucio derretido de unos 5 km de diámetro. Por cierto, este cometa nos visitó anteriormente hace 17.000 años y no volverá a hacerlo hasta dentro de unos 100.000 años. Imagen copyright Doug Zubenel, vía NASA 

Tiempo atrás ya se sabía que los cráteres de la Luna se produjeron por impactos de cuerpos sólidos del sistema solar. Y también se conocía que la mayoría de esos impactos se habían originado en épocas primitivas de la Luna, que afectaron además a todos los planetas interiores del sistema solar (la Tierra, Marte, Mercurio y Venus). Pues bien, el citado Christopher Chyba calculó que si solo un 10% de la masa de los cuerpos que chocaron contra la Tierra hubiesen sido cometas, todo el agua de nuestros mares tendría un origen cometario. 

LOS ASTEROIDES RECLAMAN EL TRONO

Desde entonces astrofísicos, geólogos, geoquímicos y otros científicos no han cesado de indagar sobre el origen del agua en la Tierra. Y se vio que la hipótesis de los cometas presentaba un importante problema: la proporción en el agua de los cometas entre el deuterio, D (un isótopo pesado del hidrógeno) y el hidrógeno H (el más común y abundante). Esta relación es característica en aguas del mismo origen y es constante a lo largo del tiempo, lo que permite discriminar entre aguas de diferentes procedencias. Pero los estudios realizados concluyeron que el agua de los cometas de la nube de Oort y del cinturón de Kuiper, las regiones donde especialmente se concentran, tenían una relación D/H muy superior al agua de nuestros océanos, de dos a tres veces más (aunque con alguna excepción). Si además se unía a ello algunos argumentos desfavorables relacionados con la dinámica orbital de los cometas de esas regiones, no parecía lógico seguir pensando en los cometas. Tocaba el turno de los asteroides. 

Segunda hipótesis extraterrestre para explicar el origen del agua en nuestro planeta: los asteroides. La imagen es una recreación artística. Fuente: ESA - P. Carril

Los asteroides son cuerpos rocosos de variada composición y de ellos proceden la inmensa mayoría de los meteoritos que se han encontrado en nuestro planeta. Su tamaño fluctúa desde los 50 metros hasta decenas, o incluso centenas, de kilómetros. Además de los asteroides que orbitan relativamente cerca de la Tierra y en otras áreas del sistema solar, son especialmente abundantes en el llamado Cinturón Principal de Asteroides, que se sitúa entre Marte y Júpiter: mucho más próximos a la Tierra que los cometas de Kuiper (más allá de Neptuno) o que los cometas de Oort (cerca del límite del sistema solar), por lo que tienen más probabilidades de llegar a la Tierra. 

Los asteroides presentan otra característica que los hizo ser los candidatos favoritos a aguadores: al estudiar una de las familias de los meteoritos conocidos como condritas carbonáceas, se comprobó que contenían minerales hidratados, así como agua líquida en forma de inclusiones en diferentes minerales. De hecho, llegan a contener un 10% de agua como promedio. Y, ¿sorpresa?, la relación D/H (deuterio/hidrógeno) del agua analizada en esas condritas resultó similar a la del agua oceánica.

EL RETORNO DE LOS COMETAS


Muro del cielo, del artista italiano Walter Valentini (Pergola, 1928). Técnica mixta sobre madera, 180 x 270 cm, año 1998   

Según avanzan las investigaciones van apareciendo nuevos interrogantes: ¿y si fueron los cometas los que aportaron una parte significativa del agua? Además de la nube de Oort y del cinturón de Kuiper, de donde provienen los cometas analizados hasta ahora, se ha descubierto su presencia en una región mucho más próxima a la Tierra (precisamente en el Cinturón Principal de Asteroides), de la que podrían haber salido los mejores porteadores de agua. Futuras investigaciones, mediante sondas espaciales o desde telescopios terrestres, tal vez lo acaben confirmando.  

Recientemente han surgido nuevos argumentos a favor de un papel más destacado de los cometas. Tres investigadores del Centro Goddard de Astrobiología (NASA) y uno del departamento de Física y Astronomía de la Universidad de Misuri (EE. UU.), cuando estudiaron la relación D/H en el agua del cometa Lovejoy, oriundo de la nube de Oort, se dieron cuenta que es imprescindible realizar mediciones de esos isótopos en diferentes posiciones de las órbitas cometarias: vieron que el agua con deuterio aumentaba (y por tanto la relación D/H) cuando el cometa se aproximaba al Sol, posiblemente por efecto de la radiación solar. Algo que no habían tenido anteriormente en cuenta los astrónomos. Es decir, que la "sagrada" relación D/H puede cambiar con el tiempo y los datos que fueron obtenidos con una sola medición quizá sean poco fiables. Acaban sugiriendo que los cometas tal vez aportaron una parte considerable de agua a la Tierra, y no solo la pequeña fracción, en comparación con los asteroides, que se les venía últimamente asignando. El trabajo se ha publicado este año, 2017, en la revista The Astrophysical Journal Letters. 

Diálogo en el espacio, de Walter Valentini. Aguafuerte, 26 x 37 cm. Año 2010

¿ENMIENDA A LA TOTALIDAD? LA TIERRA SE REIVINDICA  

Pero, ¿por qué buscar fuera lo que podía estar en casa? Linda Elkins-Tanton, entonces en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, presentó hace unos años un modelo en el que explica cómo el agua retenida por la Tierra en su época de crecimiento (que se iba produciendo por adición de material, o acreción), aun en pequeña cantidad, dio lugar a los océanos. Océanos que se habrían formado a partir del colapso de una atmósfera rica en el vapor de agua liberado por el planeta, con lo que no habría necesidad de acudir a invasores extraterrestres. El artículo se publicó en la revista Astrophysics Space Science, en 2011.

Un estudio de la geóloga Lydia Hallis, actualmente en la Universidad de Glasgow, junto con otros investigadores de varias instituciones estadounidenses, apunta en esa misma dirección. Se centra en las características isotópicas del agua existente en burbujas de vidrio atrapadas en olivinos muy antiguos, procedentes del manto inferior. Concluyen que esta agua del interior de la Tierra fue heredada de la primitiva nebulosa solar (revista Science, 2015). Agua que podría haber originado los océanos, por lo que el aporte posterior extraterrestre, según sus autores, tal vez no fue tan importante.

                   El olivino es un mineral muy abundante en el manto terrestre. Foto Crosstimber, vía FMF Minerals Forum

INTENTANDO ORDENAR EL CAOS

El origen del agua en nuestro planeta debe ser coherente con los modelos de formación del sistema solar y con los sucesos más relevantes de la primitiva Tierra. Esta es una de las posibles reconstrucciones de los hechos

1. Nacimiento. El embrión planetario se forma a partir de partículas de polvo y gas (vapor de agua incluido) de la primitiva nebulosa solar, que van concentrándose en núcleos que crecen con enorme rapidez por adición de materia. En las regiones más próximas al Sol (donde se originaron la Tierra y los otros planetas interiores) las temperaturas eran entonces demasiado altas para que el agua condensara y quedase atrapada, por lo que el planeta nace seco

2. Infancia. Planetesimales (grandes cuerpos rocosos, de dimensiones kilométricas) se van agregando a la Tierra. Llegan del Cinturón de Asteroides, o de más allá, desde regiones frías que les permitió incorporar agua en su interior y liberarla en nuestro planeta, buena parte de la cual pasó al manto terrestre e, incluso, pudo llegar a formar "proto-océanos". 

3. La traumática adolescencia. Está marcada por los impactos gigantes que sufrió la Tierra, entre ellos el que dio origen a la Luna (hace unos 4.500 millones de años). Los impactos fueron de tal envergadura que los "proto-océanos", en caso de existir, se habrían evaporado

4. Inicio de la primera juventud. La Tierra recibió una caída de cuerpos extraterrestres de menor tamaño, principalmente asteroides ricos en agua (¿también cometas?). Un acontecimiento al que los geoquímicos han denominado "recubrimiento tardío" (late veneer hypothesis) y que pudo ser el principal y definitivo aporte de agua a nuestros océanos. En el año 2009 se dató este episodio en 4.400 millones de años. 

La voz silenciosa de las estrellas IV, de Walter Valentini. Técnica mixta sobre madera,  95 x 90 cm, año 2004

Sin embargo, estos sucesos siguen siendo objeto de debate científico y controversia: el nacimiento húmedo se mantiene como alternativa, tal como vienen a señalar los hallazgos de Lydia Hallis y sus colegas (los del olivino). La formación de la Luna a partir del impacto de un cuerpo del tamaño de Marte, Theia, ha ido perdiendo credibilidad en base a consideraciones geoquímicas muy contundentes, lo que también hace dudar sobre toda la etapa de impactos gigantes en la adolescencia terrestre. Y hasta el "recubrimiento tardío" como fuente principal de agua en la Tierra se ha rechazado muy recientemente: para los geólogos alemanes Mario Fischer-Gödde y Thorsten Kleine las composiciones isotópicas de un elemento del manto originado por ese episodio, el rutenio, son similares a las de los asteroides secos, lo que les lleva a negar el papel de aguador a dicho acontecimiento (revista Nature, 2017).       

UN MAR DE DUDAS. DESPEDIDA

El "recubrimiento tardío", hace unos 4.400 millones de años, sigue siendo el suceso que cuenta con más respaldo entre la comunidad científica como principal candidato de la llegada del agua a nuestro planeta, mientras no se confirmen con otros estudios las tesis negacionistas de los dos geólogos alemanes.

Pero aparece un nuevo escollo, un hecho que ocurrió más tarde: el llamado Bombardeo Intenso Tardío, o Cataclismo Lunar, que sembró la Luna de cráteres entre hace 3.850 y 4.000 millones de años, de acuerdo a las dataciones de los vidrios lunares formados por esas colisiones. Este bombardeo habría sido más intenso en la Tierra, dado su mayor tamaño y gravedad. Y unos impactos de tal calibre posiblemente habrían vaporizado los océanos

                    Cráteres de impacto en la Luna. Imagen Ernest Wright, NASA/GFSC (explicaciones de la imagen en esta publicación del MIT, Instituto de Tecnología de Massachusetts)         

Vuelta a empezar: ¿puede que el "recubrimiento tardío" de asteroides, supuesto portador del agua, esté mal datado y sea posterior al Bombardeo Intenso Tardío? No es lógica una desviación de más de 500 millones de años, tratándose además de una datación relativamente reciente, del año 2009. ¿Los métodos aplicados a la datación de esos vidrios lunares fueron los más adecuados, teniendo en cuenta que se realizaron hace más de 40 años? Aquí, efectivamente, está una de las claves: las más recientes dataciones geocronológicas atrasan la época en la que ocurrió el Bombardeo Intenso Tardío a un periodo de entre hace 4.370 y 4.200 millones de años (con algún pico posterior de bombardeo de menor intensidad), lo que le hace prácticamente simultáneo con el episodio del "recubrimiento tardío".

Los japoneses Maruyama (Instituto de Ciencias de la Tierra y de la Vida, adscrito al Instituto de Tecnología de Tokio) y Ebisuzaki (del organismo de investigación RIKEN), recogen esta nueva cronología de los hechos en un trabajo publicado este año en Geoscience Frontiers. Ello, junto con diversas consideraciones geoquímicas y en consonancia con los recientes modelos de evolución del sistema solar, les lleva a formular un nuevo modelo global con un único episodio de bombardeo de asteroides o planetesimales ricos en agua en estas nuevas fechas, entre hace 4.370 y 4.200 millones de años. Este bombardeo, según su modelo, sería no solo el responsable de la primera atmósfera a partir de la que nacieron los océanos, sino que también hidrató el manto superior, desencadenó la tectónica de placas y propició el marco adecuado a los procesos que llevaron a la aparición de la vida.

Aunque se ha avanzado mucho, todavía quedan numerosas incógnitas por resolver:

                           
Descenso, obra del artista británico de origen indio Anish Kapoor (Bombay, 1954). Agua, acero y motor, 500 x 500 cm, año 2015. Fotos Ela Bialkowska 

Recuerdo ahora lo que escribió el geólogo Francisco Anguita, uno de los pioneros de las ciencias planetarias en España, al comentar el origen extraterrestre del agua: "Una curiosa materia de reflexión para la próxima vez que tomemos un baño en el mar". O, como añado yo, cada vez que abramos el grifo para beber agua.


Próxima entrada: primera semana de febrero de 2018. Mientras, sean felices (con moderación).
    

              

El agua en la Tierra, ¿de dónde procede y cuándo llegó?