jueves, 8 de diciembre de 2016

Un tsunami (ola de puerto en japonés) se puede desencadenar por diferentes causas: un deslizamiento submarino (como el ocurrido en Papúa Nueva Guinea, en 1998), un gran derrumbe de tierras hacia el mar (bahía de Lituya en Alaska, en 1958, donde se desprendieron más de 30 millones de metros cúbicos de tierra y roca, lo que dio lugar a una gigantesca ola de más de 500 metros de altura, la más grande de la que se tiene noticia), una explosión volcánica (la del Krakatoa, en 1883; la del volcán Santorini, en el mar Egeo, que afectó gravemente a las costas de la civilización minoica unos 1.600 años antes de nuestra era) o bien un impacto de un gran meteorito en el mar (nunca observado directamente), entre otros orígenes. Pero el factor desencadenante más habitual, con diferencia, es debido a los terremotos submarinos.

    Obra de la artista estadounidense Janet Echelman, titulada 1.8. La escultura, tejida con fibra de nailon de antiguas redes de pesca y cuerdas, corresponde a un mapa de la energía liberada a lo largo del océano Pacífico durante el terremoto y consiguiente tsunami de Tohoku, un evento tan potente que fue capaz de modificar el eje de rotación de la Tierra y acortar el día en que se produjo en 1,8 millonésimas de segundo  

Otra vista de 1.8, de Janet Echelman, en la galería Renwick (Smithsonian American Art Museum, Washington D.C., EE. UU.), en el año 2015. Las ondas del suelo evocan el movimiento ondulatorio que da origen a las olas del tsunami 

Tras los devastadores tsunamis de este siglo XXI (océano Pacífico, 26 de diciembre de 2004: 265.000 fallecidos en 15 países; Tohoku, 11 de marzo de 2011: más de 18.000 fallecidos en Japón), no pocos artistas han realizado obras que recrean o recuerdan estos eventos, desde sus propios sentimientos o reflexiones. Janet Echelman (Tampa, Florida, 1966) comenta que con esta obra, 1.8, pretende "mostrar la interconexión en nuestro mundo: cuando algo se mueve todo lo demás resulta afectado". 

  
Recreación de la obra 1.8, de Janet Echelman, en Londres (expuesta junto a la estación de metro de Oxford Circus en 2016). Está realizada con fibras trenzadas de nailon y polietileno de alta resistencia, que se ilumina de noche con luces de colores. Tamaño de la red: 30 x 14 x 6 metros

José María Sicilia (Madrid, 1954), un artista muy vinculado a Japón, se trasladó a ese país poco después del destructivo tsunami de Tohoku, agravado por el desastre nuclear que se produjo a consecuencia del tsunami en la central nuclear de Fukushima, una de las seis prefecturas de esa región. Fruto de esa experiencia nació Fukushima. Flores de invierno, un proyecto artístico complejo que incorpora muy diferentes técnicas y soportes: grabaciones recogidas durante la catástrofe, incluyendo el sonido de los pájaros en aquellos momentos, pinturas, vídeos testimoniales, piezas de resina o, incluso, obras de los talleres que Sicilia realizó con niños de las zonas afectadas. Este es el significado de su trabajo, según sus propias palabras: "El accidente es lo que sucede, lo que sobreviene de forma imprevista en el sistema de nuestras vidas, lo inesperado, la sorpresa... Sin embargo todo estaba ya ahí. El accidente nos es revelado cada día, oculto hasta que sale a la luz. El accidente está íntimamente unido con el tiempo, con el instante, con la vida. Toda sustancia es materia para el accidente. El tiempo todo lo devora. Somos la imagen de una imagen, un eco. Un instante es el canto de un pájaro. El azar se nos parece cada vez más y el miedo empieza a ser la pasión de la vida". 

    
Un país llamado Accidente (2012), de José María Sicilia. Banderas de tela con impresión digital, 250 x 140 cm. Estas obras corresponden a la traducción del sonido del tsunami registrado en la Universidad Politécnica de Barcelona en 3D y transformado a 2D. Incluidas en su proyecto artístico Fukushima. Flores de invierno

Una de las obras de El instante II (2013), realizadas con tinta sobre papel japonés, 213 x 152 cm. Perteneciente al proyecto de José María Sicilia Fukushima. Flores de invierno

Una muestra de las creaciones en los talleres Castillos de arena (2012-2013), llevados a cabo por José María Sicilia con alumnos de escuelas y colegios de zonas afectadas por el tsunami y el accidente nuclear, asistidos por "Therapy & School I am". Proyecto Fukushima. Flores de invierno

Las marcas geológicas y geomorfológicas de los tsunamis se deben a su alta capacidad para erosionar y depositar sedimentos, tanto en áreas emergidas como sumergidas de las zonas costeras. Son consecuencia de la inundación (el paso de las olas hacia tierra) y del retroceso del tren de olas. Los efectos dependen no sólo de las características de las olas, sino también de la morfología de la costa y de su plataforma submarina.      

Las huellas erosivas en las zonas emergidas se manifiestan muy claramente en la rotura de cordones y flechas litorales (con la consecuente creación de nuevas bocas o ensenadas), el desplome de bloques en acantilados o por la erosión generalizada en desembocaduras de ríos y canales mareales, además de la que se puede producir en bermas de playas y en sistemas dunares del litoral. 

La sedimentación en las orillas crea depósitos muy variados, tanto en tamaño como en la orientación y disposición de sus componentes. Pueden llegar a depositarse grandes bloques de hasta decenas de toneladas. Son muy frecuentes los niveles de arena más gruesa que las de capas situadas inmediatamente por debajo, previas al tsunami. El contacto entre estas nuevas capas y las que ya existían suele aparecer como una superficie irregular, que se produce por la erosión inicial de la ola al llegar a la costa en unos materiales previamente debilitados por las vibraciones del terremoto y por la variación súbita en la presión que ejerce la gigantesca ola sobre los granos de arena (se dice, por ello, que dicha superficie es erosiva). Además, las capas de arenas gruesas suelen acabar cubiertas por otras de sedimentos más finos, formando unas secuencias granodecrecientes que reflejan tanto la pérdida de energía de las sucesivas olas del tsunami como el depósito de las olas en su movimiento de retroceso. 

La disposición geométrica de los componentes depositados varía enormemente, ya sea dentro de un mismo depósito o al comparar los resultados entre capas originadas por diferentes tsunamis. Esto da idea de la enorme variabilidad de procesos que, en detalle, intervienen en su sedimentación. Entre otras muchas estructuras es posible encontrar láminas horizontales paralelas (pero también estratificaciones cruzadas), láminas y niveles contorsionados y replegados durante la sedimentación o, incluso, bloques y cantos imbricados (es decir, más o menos paralelos e inclinados en el mismo sentido, opuesto al del oleaje). También hay ocasiones en que apenas muestran ninguna ordenación o disposición especial.                 

Es muy habitual que estos sedimentos contengan una relativa abundancia de organismos marinos ajenos al ambiente en que se han depositado (foramíniferos y otros microfósiles, incluso conchas de moluscos). 

                         Los abanicos arenosos de desbordamiento (washover fans) son cuerpos sedimentarios indicativos de tsunamis. Los que aparecen aquí se sitúan en el estuario del Guadalete (próximos a la localidad de El Puerto de Santa María, provincia de Cádiz, suroeste de la península ibérica). Fueron los primeros depósitos superficiales de tsunami descritos en España. Los del recuadro 1 (a, b, c, d), parcialmente degradados, se han atribuido al tsunami ocurrido entre los años 218 y 209 antes de nuestra era. Los del recuadro 2 (p, q, r, s) se habrían originado por el tsunami desencadenado por el terremoto de Lisboa, de 1 de noviembre de 1755, que afectó a numerosas localidades de la costa de Portugal, Marruecos y España (por ejemplo: la localidad de Isla Cristina, en la provincia de Huelva, fue destruida por la inundación y hubo de ser reubicada; la de Conilete, en la provincia de Cádiz, arrasada y abandonada definitivamente; en la ciudad de Cádiz se produjeron pérdidas económicas importantes y, como en muchas otras poblaciones litorales, de vidas humanas) 

    Grandes bloques imbricados (aproximadamente paralelos e inclinados hacia el mar), en la punta meridional del Cabo de Trafalgar (provincia de Cádiz). En este caso, los bloques fueron arrancados y elevados hasta 6 metros desde la plataforma rocosa intermareal. Algunos investigadores han señalado su posible formación como consecuencia del tsunami de Lisboa de 1755, pero no existen datos suficientes para asignarlo a ese evento concreto (foto: Joaquín del Val)

Los ejemplos anteriores provienen del golfo de Cádiz (el arco litoral que se extiende al suroeste de la península ibérica, entre el cabo de San Vicente, en Portugal, y el estrecho de Gibraltar). Desde la década de 1990, y especialmente en los últimos diez o doce años, varios grupos de investigación, muy activos, están estudiando los depósitos de tsunamis (a veces llamados tsunamitas) de esta franja costera. Sobre todo, de universidades españolas y portuguesas, aunque también de otros países europeos. El interés de esta zona reside en varios motivos: en primer lugar, está situada próxima al límite entre las placas de África y Eurasia, al que se asocian diferentes fallas activas que han generado tsunamis a lo largo de la historia (al menos 16 en los últimos 2.300 años, entre los que se incluye el terremoto y tsunami de Lisboa, el más devastador). En segundo lugar, existen diferentes estuarios que permiten una buena conservación e identificación de estos depósitos (entre los más estudiados figuran los del Tinto-Odiel, Guadalquivir y Guadalete, en España, y los pequeños estuarios portugueses de Boca do Rio y Martinhal). Finalmente, al tratarse de una franja costera con un largo historial de ocupación humana, de casi 7.000 años, el registro arqueológico, en conexión con el morfosedimentario, facilita la obtención de una mejor información sobre la actividad y fechas de los tsunamis. 

En este artículo del año 2015 (escrito en castellano) Joaquín Rodríguez-Vidal y otros dos investigadores de la Universidad de Huelva, realizan una amplia revisión del estado del conocimiento en el golfo de Cádiz en lo que respecta a estos y otros eventos marinos extremos (grandes tempestades) y su relación con los asentamientos costeros.   

   La capa oscura (un metro aproximado de espesor) se ha identificado e interpretado como un depósito de tsunami por los investigadores alemanes Koster y Reicherter (publicado en la revista Sedimentary Geology, 2014). Se localiza en la parte superior del pequeño acantilado situado entre las localidades de Barbate y Zahara de los Atunes (provincia de Cádiz). Se ha datado con una antigüedad de unos 4.000 años y representa, a día de hoy, el tsunami con registro geológico más antiguo del Holoceno (últimos 11.000 años) en el Golfo de Cádiz. Un grupo de investigadores de la Universidad de Huelva y de otras instituciones científicas, encabezado por Antonio Rodríguez-Ramírez, también ha identificado un depósito correspondiente a un evento marino de alta energía de esa misma edad, en el estuario del Guadalquivir (publicado en la revista Quaternary Research, 2015). Foto: Joaquín del Val

Detalle del depósito de tsunami de la foto anterior. Se aprecian algunas características comunes a sedimentos de esta génesis: un nivel inferior de cantos gruesos en la base, parcialmente imbricados hacia el mar, con restos de grandes conchas (círculo rojo); hacia arriba de ese nivel aparecen arenas que pasan a limos arenosos (una secuencia granodecreciente) sin ordenamiento interno. En otros puntos del talud se observan diferentes rasgos sedimentológicos también muy típicos en depósitos de este origen (foto: Joaquín del Val)

En numerosos emplazamientos y épocas geológicas, en todo el mundo,  se han descrito depósitos de tsunamis. El más antiguo, en Australia, data de hace 3.500 millones de años. Este, al igual que una parte muy importante de los reconocidos en el registro geológico pre-Cuaternario, se debió al tsunami causado por un impacto meteorítico. Los depósitos del tsunami provocado por el meteorito, de tamaño kilométrico, que cayó en las aguas del primitivo mar Caribe, al final del Cretácico (desencadenante de la extinción de los dinosaurios y de otras muchas especies) se han encontrado en varios lugares próximos al golfo de México y en el Atlántico Norte, pero son registros aún muy escasos para la magnitud, planetaria, que tuvo el tsunami.

El reconocimiento y caracterización de los depósitos originados por tsunamis, un objeto de estudio relativamente nuevo, ayuda a entender la importancia de los fenómenos catastróficos en la historia de la Tierra. Pero no sólo: los depósitos más modernos, del Holoceno, nos informan sobre la evolución reciente del paisaje litoral, así como sobre el papel que han jugado estos eventos extremos en los asentamientos históricos costeros. También aportan conocimiento sobre los mecanismos, procesos y sistemas de propagación e inundación de los tsunamis y la recurrencia e intensidad de los mismos. Lo que permitirá, progresivamente, mejorar los planes de mitigación de riesgos en zonas litorales. 

Acabo con una obra de la artista y diseñadora estadounidense Paula Scher (Washington D.C., 1948): uno de sus mapas, de gran tamaño, que es un relato del tsunami del océano Pacífico, en el año 2004, y, sobre todo, de los países afectados. 

                  Tsunami, obra de Paula Scher de 2006. Acrílico sobre lienzo, 288 x 234 cm

Nota geológica, reflexión final     

Las grandes tempestades o tormentas marinas forman depósitos con los mismos rasgos sedimentarios, básicamente, que los originados por tsunamis. Por tanto, la asignación de una determinada capa o secuencia de capas como tsunamigénica es una interpretación que necesita un cuidadoso análisis y valoración del contexto geológico y del marco tectónico y sismológico, así como de las particularidades geológicas, (paleo)geomorfológicas y oceanográficas del área afectada, de la que no siempre se dispone de la suficiente información (especialmente en las capas más antiguas, precuaternarias). 

Cuando no se puede precisar si los sedimentos se han originado por tsunamis o por grandes tempestades, estos se designan como depósitos de eventos marinos de alta energía (high-energy marine deposits, high-energy wave deposits o también extreme wave event deposits). 

Algunos depósitos interpretados como tsunamigénicos (sobre todo, anteriores al Cuaternario) son bastante especulativos y, probablemente, erróneos. Y habrá que volver a reinterpretarlos. A la inversa, se están identificando depósitos formados por tsunamis a los que se había atribuido otro origen o este era incierto. En fin, así avanza la ciencia

En este campo de estudio, tan joven, es imprescindible seguir mejorando en el conocimiento de los efectos geológicos, erosivos y sedimentarios, de los tsunamis más recientes para reconocer e interpretar adecuadamente los ocurridos en otras épocas geológicas. Ya saben: el presente es la clave del pasado (James Hutton dixit). Y tal vez sea también la clave del futuro. 








     

Tsunami, el tren de olas