jueves, 2 de junio de 2016

Trabaja con continuas referencias a diferentes tradiciones artísticas, estilos y movimientos. En 2008, coincidiendo con su traslado de domicilio de Nueva York a la pequeña localidad de Hudson, comenzó a pintar sobre tablones de madera y secciones de troncos. Nacido en 1966 (en Jackson, estado de Michigan, EE.UU.), Jason Middlebrook afirmaba, en una entrevista de 2013, que ha pasado años de exploración intentando encontrar el espacio entre la escultura y la pintura. Antes había dicho: "A veces pienso que la madera es tan hermosa que es casi imposible hacer arte sobre ella".
      Drawing Time, de Jason Middlebrook (clic en los términos en rojo). Acrílico sobre madera de arce, 76,2 x 94 x 3,8 cm. Año 2015

Madera transformada por abstracciones pictóricas; o por el cambio de su propia materia, como aquí:
   Sección pulida de madera petrificada de una gran conífera (69 x 49 cm), procedente de Asia, del final del Triásico (hace unos 200 millones de años) 

La madera petrificada se forma cuando la materia orgánica del árbol se sustituye por determinadas sustancias minerales. Para que esto ocurra, el árbol debe ser enterrado mientras está vivo o inmediatamente tras su muerte, ya que el oxígeno del aire causa muy rápidamente su descomposición y evitaría su transformación mineral. Tras el enterramiento, es necesaria la existencia de agua subterránea con minerales disueltos y que esta agua se infiltre en la madera. 

Durante el proceso, el agua fuertemente mineralizada va rellenando los espacios porosos de la madera (tejidos conductores, radios y espacios intercelulares)  y el mineral precipita sobre esos huecos y sobre los propios tejidos celulares, en un mecanismo conocido como permineralización. Como el proceso funciona acorde con las variaciones en permeabilidad de la propia madera, y ésta se encuentra condicionada directamente por su estructura, el resultado refleja la anatomía original del árbol. La madera, en definitiva, se comporta como si fuera una plantilla sobre la que se depositan las capas minerales. En otras ocasiones lo que se produce es un reemplazo directo, a escala molecular, de la materia orgánica por el precipitado mineral: el agua mineralizada disuelve la materia orgánica y la sustituye por el precipitado, de una forma tan perfecta que se llega a conservar ¡hasta la estructura celular original de la madera!

Estos dos mecanismos de transformación, que en ocasiones parecen actuar de manera combinada, son en detalle sumamente complejos y están, aún hoy, sometidos a interesantes debates y discusiones. 
          Secciones transversales de alcornoque y pino rojo y de un tronco fósil silicificado de conífera, el mismo de la foto anterior. He situado en ellas los principales elementos anatómicos y la función que realizan. Además de los elementos señalados (que no son todos y que, tal como se ve, son mucho más fáciles de diferenciar en el alcornoque), en las tres secciones se aprecian con claridad los anillos de crecimiento

           Sección pulida de tronco de abeto silicificado de 17 x 16 cm, del Mioceno medio (de alrededor de 12 millones años). Sunnyside (estado de Washington, EE.UU.). Foto de Wolfgang Putz

Aunque la petrificación de la madera puede producirse con varias sustancias minerales, la más común de todas es la sílice. Por dos motivos: en primer lugar, porque el enterramiento efectivo de los árboles necesita de episodios súbitos en que se incorpore gran cantidad de sedimentos en poco tiempo, como ocurre con los depósitos volcánicos y los generados por la dinámica fluvial en llanuras de inundación y deltas, sedimentos que son capaces de aportar la sílice necesaria al agua subterránea. Y, en segundo lugar, por la elevada capacidad de la celulosa, la hemicelulosa y la lignina, principales componentes químicos de la madera, de atraer la sílice a partir de soluciones acuosas y facilitar su precipitación (sea como ópalo, calcedonia, cuarzo o como cualquier otra variedad mineral de la sílice). 

      Estructura macroscópica en una sección pulida de Hermanophyton, un género extinguido del grupo de las gimnospermas (al que pertenecen, entre otras, las coníferas: pino, cedro, abeto, araucaria, ciprés, etc.). Este tronco silicificado, de 9,5 x 10,5 cm, es del final del Jurásico (unos 150 millones de años) y procede de Cortez, Colorado (EE.UU.). Sobre una foto de Wolfgang Putz he situado sus principales rasgos anatómicos, según criterios de Mike Viney. Su curiosa anatomía ha llamado la atención de estudiosos y coleccionistas, con esa peculiar disposición del xilema en segmentos con forma de cuña 

¿En cuánto tiempo se produce la silicificación de la madera, la forma más corriente de mineralización y preservación de los árboles en el registro fósil? ¿Millones de años? ¿Cientos de miles de años? Los indicios apuntan a que el fenómeno puede ser mucho más rápido: se han documentado incipientes silicificaciones en árboles enterrados por depósitos volcánicos de erupciones ocurridas a finales del siglo XIX, como en el Monte Santa Elena (estado de Washington, EE.UU.), en el Parque Nacional de Yellowstone (estados de Wyoming, Montana e Idaho) o en Nueva Zelanda. 

Un interesante estudio experimental, llevado a cabo por investigadores de varias universidades alemanas y publicado en la revista Geochimica et Cosmochimica Acta (Ballhaus y colaboradores, 2012), aclara algo más al respecto. En laboratorio replicaron las reacciones que ocurren en la naturaleza cuando los árboles quedan cubiertos por depósitos piroclásticos, trabajando con agua caliente enriquecida en sílice y diversas muestras de madera de abeto. Y, aunque reconocen que el experimento simplifica las condiciones que se dan en los complejos sistemas naturales (esta afirmación es una obviedad aparentemente innecesaria, pero así lo dicen), han concluido que con él se respalda la idea de que la silicificación completa de un árbol puede llevarse a cabo en escalas temporales de sólo miles de años. Concretamente, con uno de los dos modelos que consideraron de penetración de la sílice en la estructura de la madera, obtuvieron un resultado de unos 3.600 años. 

Uno de los mecanismos que está también involucrado en la creación de la madera silicificada es la recristalización de la sílice. La fijación inicial de la sílice en la estructura de la madera se suele producir a través de variedades amorfas, no cristalinas, como es el ópalo. El mismo que nuestros amigos alemanes del experimento obtuvieron en sus pruebas. Pero el ópalo, en la naturaleza, se acaba transformando en otras variedades minerales más estables, como la calcedonia o el cuarzo (que, estas sí, son cristalinas). De hecho, si analizamos maderas fósiles de hace más de 30 o 40 millones de años, se observa que sus principales componentes son la calcedonia y el cuarzo, mientras que el ópalo predomina en los árboles fósiles más jóvenes.Y este mecanismo de recristalización, por el que se pasa de unas variedades minerales a otras más estables, se ha venido tradicionalmente considerando como un fenómeno muy lento, del orden de decenas de millones de años. Aunque no parece que siempre sea así: si la transformación del ópalo en cuarzo se produce en ambientes hidrotermales (con fluidos calientes, muy a menudo asociados a regímenes volcánicos), en determinadas condiciones este periodo se puede acortar de forma espectacular hasta menos de 50.000 años, tal como ha puesto de relieve George Mustoe, de la Universidad Western Washington, uno de los más destacados investigadores en el proceso de silicificación de la madera.

Árboles aislados o formando auténticos bosques de piedra, con magníficos ejemplos en diferentes partes del mundo. Como estos, entre otros muchos:
            Bosque petrificado en la isla de Lesbos (Grecia). Se generó como consecuencia de la intensa actividad volcánica al norte del Egeo, hace unos 20 millones de años (Mioceno). Forma parte de la Red Global de Geoparques de la UNESCO, con el nombre de Geoparque de Lesbos 
                   
Parque Nacional del Bosque Petrificado (Arizona, EE.UU.). Los árboles se encuentran en una unidad geológica compuesta por capas de areniscas y lutitas (rocas de grano fino, con partículas de tamaño limo y arcilla) de origen volcánico. Se formaron en el Triásico Superior, hace unos 210 millones de años (foto de Alexander Morozov)

Tronco fósil en Hacinas, localidad situada en la comarca de Salas de los Infantes (Burgos, España). En la zona se han encontrado numerosos ejemplares, ligados a antiguas llanuras deltaicas formadas entre hace 110 y 130 millones de años (Cretácico Inferior). La posición de la península ibérica en esa época puede verse haciendo clic aquí 

Vista parcial del tronco fósil, de 17 metros de longitud, exhibido en el Centro de Visitantes El Berrocal (Almadén de la Plata, Parque Natural Sierra Norte de Sevilla, España). Se trata de una conífera, posiblemente una araucaria. Su enterramiento se produjo por depósitos volcánicos, hace unos 300 millones de años (Carbonífero superior). La posición en que se situaban los terrenos que albergaron a este y a otros árboles de la época puede verse aquí      

Y también son árboles, esta vez de madera, los que David Nash convierte en creaciones que conservan su esencia original y a los que otorga nuevos significados (o nuevos interrogantes, quién sabe):

    Three Butts (Tres colillas), de David Nash, 2012. Troncos de eucalipto cortados y parcialmente quemados (foto: Walter Menzies)

Oculus Block (2012), de David Nash. Unión de dos tocones de eucalipto (fotos: The Times y Bonnie Alter). Nash aparece de escala en una de las fotos

Dice David Nash (Esher, Reino Unido, 1945): "Llevo toda mi vida trabajando con la madera y, aunque he decidido explorar otros materiales, siempre vuelvo a ella con una veneración especial". Sus esculturas, realizadas con árboles muertos, buscan el equilibrio entre el propio material y el lugar en que se van a colocar. Para él, seguramente, la madera es la vida en la que casi nunca nos fijamos. 

Con madera, o con productos elaborados a partir de ella, el brasileño Henrique Oliveira (Ourinhos, estado de Sao Paulo, 1973) fabrica árboles exuberantes y portentosos, o imaginaciones que los suplantan, y que siempre evocan la explosión de la naturaleza.
    Transarquitectónica (2014), de Henrique Oliveira. Museo de Arte Contemporáneo (Sao Paulo, Brasil). Madera, brics, barro, bambú, PVC, contrachapado de madera, ramas de árbol y otros materiales. Dimensiones: 5 x 18 x 73 metros  

 Xilonoma Chamusquius (2010), de Henrique Oliveira. Contrachapado de madera quemado y pigmentos, 3,3 x 4,4 x 0,9 m

Estoy leyendo un libro que recoge varios ensayos de Arthur C. Danto, filósofo y crítico de arte. En uno de ellos, titulado Kant y la obra de arte, he subrayado hace un rato: "Hoy el arte puede hacerse de cualquier cosa, con cualquier cosa, y para presentar ideas de cualquier signo. Esta evolución pone grandes presiones interpretativas sobre los espectadores, a la hora de comprender la forma en que el espíritu del artista se comprometió a presentar las ideas que le preocupaban" (Qué es el arte, página 129. Editorial Paidós, 2013).   

Acabo con María Ortega Estepa (Córdoba, España, 1983), cuya obra me sirvió como arranque e idea inicial para esta entrada. En el catálogo de su proyecto expositivo Mapping-me (2014), donde incluyó las dos obras que aparecen abajo, cuenta: "El árbol es un elemento iconográfico persistente en mi trabajo, lo concibo como un monumento de los siglos que no vivimos. Única ordenación de tiempo y espacio, completando la metáfora del topógrafo que ahora conforma la savia del árbol". Color, memoria, cartografía, troncos, anillos, raíces (explosión de pensamientos y felicidad).
  
 Mapping-me: La escasez, de María Ortega. Acrílico y lápiz sobre madera, 20 cm de diámetro

  De la serie Paisajes de mil vidas, de María Ortega. Serpentinas de papel, madera. Medidas variables


Es madera, fue madera

domingo, 1 de mayo de 2016

Nada de ligereza o vacío. Sus obras, al contrario, pretenden mostrar la fuerza de la naturaleza, el tiempo grabado en las piedras que talla. Tiempo geológico como una pista que ayude a situarnos en el dónde y en el por qué. La escultora Emily Young, nacida en Londres en 1951, cincela rostros humanos en rocas que deja parcialmente sin tocar, buscando la relación entre el mundo de los vivos y la aparente naturaleza muerta del material con el que esculpe. Dice: "Veo mi trabajo como una conversación que mantengo con una roca, un proceso de eliminación hasta que llego a algo que considero aceptable".
    Selene, de Emily Young. 90 x 192 x 108 cm, 2011 (clic en los términos en rojo para enlace)

Varias de estas monumentales cabezas, algunas con un peso superior a las cuatro toneladas, las expuso bajo el título "Metafísica de la piedra". Las que aparecen a continuación, al igual que la anterior, están esculpidas en travertino
 Emily Young, con una de sus esculturas (The New York Times, 23 de octubre de 2014, foto de Annie Hanson)

Los bloques de travertino que ha utilizado proceden de canteras abandonadas del sur de Toscana, Italia, donde vive parte del año. En concreto, de una zona próxima al Monte Amiata, un volcán extinto que tuvo sus principales fases de actividad entre hace 190.000 y 300.000 años. 
 

Heraclitus (92 x 57 x 30 cm) y Time Boy (170 x 114 x 124 cm). Emily Young, 2011

El término travertino es sin duda ambiguo, ya que se ha utilizado con distintos significados, aunque todos ellos para designar a unos tipos de rocas calizas, a veces muy porosas, formadas por precipitación en manantiales y ríos (también por flujos y goteos en el interior de cuevas) a partir de aguas cargadas en bicarbonato de calcio disuelto. Y el enriquecimiento en bicarbonato cálcico está provocado, generalmente, porque esas aguas han atravesado otras rocas calizas.

La palabra travertino deriva de la expresión latina Lapis Tiburtinus: piedra de Tibur, por el antiguo nombre de la ciudad que hoy se conoce como Tívoli, a unos 30 km al este de Roma. Allí se encuentran las canteras que se han explotado desde el siglo II antes de nuestra era (y que se siguen explotando en la actualidad), de las que se obtiene el clásico travertino romano. Algunas de estas canteras proporcionan una roca de blanco-amarillenta a beige, muy dura y compacta, mientras que de otras se extrae un travertino blanquecino, poroso y más blando.
          
Dos monumentos realizados con el travertino romano más poroso y blanco: el Coliseo y la columnata de Bernini, en la Plaza de San Pedro (Roma)

Muestra pulida de travertino romano, de color beige. Comercialmente, al travertino pulido se le denomina con cierta frecuencia "mármol travertino" (no es un mármol en sentido estricto, ya que este término se debe aplicar a rocas calizas que hayan sufrido metamorfismo). Aunque, todo hay que decirlo, la palabra "mármol" tiene su origen en el griego, con el significado de "brillar", y así lo utilizaban los antiguos griegos para designar a todo tipo de rocas pulidas de uso decorativo

     Otra muestra de travertino pulido, procedente de Italia. Para mayor confusión: los travertinos con bandas de colores contrastados, como el de la foto, también se comercializan como "mármol ónix", o solamente como "ónix" (sin embargo, el ónix u ónice es un mineral de sílice, una variedad de cuarzo de aspecto bandeado). Otro nombre, que han usado especialmente arqueólogos para designar a travertinos similares a éste, es el de "alabastro calcáreo" o "alabastro oriental" (recordemos que el alabastro es una variedad del yeso, microcristalino y traslúcido). En fin, con los nombres nos vuelven locos

Olvidando las denominaciones comerciales y volviendo a las de carácter científico, desde los años 90 del siglo pasado se han vuelto a reconsiderar los términos para designar a estas rocas calizas formadas en medio terrestre (llamadas también calizas secundarias). Así, el travertino en sentido estricto se corresponde con una roca poco porosa, organizada en capas paralelas y -sobre todo- en finas láminas que a veces sólo se distinguen al microscopio, en la que predomina un cierto grado de cristalinidad.

La toba calcárea designa a una roca, muy porosa y esponjosa, de aspecto masivo y con abundantes restos y moldes de plantas (algas, musgos, helechos y otros organismos vegetales macro y microscópicos), e incluso fósiles de invertebrados. Por el contrario, los travertinos, aunque presentan fósiles, lo hacen en mucha menor cantidad y diversidad; y, con cierta frecuencia, la presencia biológica llega a reducirse exclusivamente a microorganismos (cianobacterias y otras bacterias y organismos microbianos). Un último grupo de carbonatos secundarios son los formados en el interior de las cuevas (estalactitas, estalagmitas, etc.), a los que se denomina, ya desde hace tiempo, espeleotemas.

Cantera de travertino en Tívoli (Italia, cerca de Roma) y afloramiento de toba calcárea en Torremolinos (Málaga, España). En estos dos ejemplos se aprecia la diferencia entre la organización en bandas y láminas de los travertinos frente a la estructura esponjosa y de aspecto masivo que tienden a proporcionar las tobas. A veces las diferencias no son tan claras y hay marcadas convergencias entre unos y otras. Además, algunas tobas calcáreas, si han adquirida suficiente dureza y cristalinidad a través de procesos posteriores a su sedimentación, pueden ser también pulidas y utilizadas como rocas ornamentales

Y ahora viene lo mejor. Tanto las rocas esculpidas por Emily Young como el clásico travertino romano (y el resto de travertinos) tienen una característica común relacionada con su génesis: se han formado a partir de surgencias termales, muy frecuentemente asociadas a regímenes volcánicos. Por ello, estas aguas, de templadas a calientes (siempre por encima de la temperatura ambiental), es habitual que contengan ciertas cantidades de sulfatos, lo que limita enormemente el desarrollo de vida sobre ellas: de ahí la escasa presencia de fósiles de organismos de cierta complejidad en los "auténticos" travertinos, sobre todo cuando al contenido en sulfatos se añaden unas temperaturas  especialmente altas del agua.
   
Dos ejemplos de calizas secundarias que están actualmente en proceso de formación: el travertino de Pamukkale (Turquía) da lugar a un auténtico "desierto blanco", que contrasta con la frondosa vegetación instalada en una zona en la que se está generando una toba calcárea, en este caso en las cascadas del Huéznar (Parque Natural Sierra Norte de Sevilla, España). En Pamukkale ("castillo de algodón", en turco) el agua tiene un alto contenido en sulfatos y surge a unos 35º C a través de cuatro manantiales, localizados a lo largo de una falla (la falla de Pamukkale)

En definitiva, la temperatura del agua en que se forman es el principal argumento que se ha utilizado para diferenciar los travertinos de las tobas calcáreas. Con ello, se pretende orientar sobre los distintos ambientes en que se han generado y, en lo posible, sobre las características de las rocas resultantes. Tarea nada fácil: sobre todo, por la gran variabilidad de condiciones locales en que se crean ambos tipos de rocas. 

Las propuestas artísticas de Elena Damiani (nacida en 1979 en Lima, Perú) son bien distintas a las de Emily Young, pero comparten su interés por el tiempo y por la Tierra. Elena reconoce que la mayor parte de su trabajo fluctúa entre un pasado indeterminado y el presente. Y siempre con el paisaje como un patrón recurrente que la permite, según sus palabras, elaborar una poética sobre el territorio.
          Tiempo perdido, de Elena Damiani (2015). Travertino tallado y pulido a mano, ónix, resina y acero inoxidable
Con esta obra, Damiani quiere llamar la atención sobre la naturaleza discontinua del tiempo, mostrada a través del propio travertino y de su forma de disponerlo (como si fueran testigos de sondeos colocados de forma contigua). Para, así, crear una secuencia en que las interrupciones, precisamente, son las claves. Testigos que hablan de la continuidad y la ruptura, dos realidades de la historia de la Tierra... pero no sólo. 
 
Detalles de Tiempo perdido (Elena Damiani, 2015). Esta obra formó parte de su trabajo "Testigos: un catálogo de fragmentos", que se expuso en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC (Ciudad de México) entre septiembre de 2015 y febrero de 2016

Por cierto, el travertino de las canteras de Tívoli, el famoso Lapis Tiburtinus, comenzó a depositarse hace unos 115.000 años y finalizó hace 30.000, según las dataciones radiométricas realizadas por Faccenna y colaboradores, de la Universidad Roma Tre, publicadas en 2008. Una roca muy joven. De hecho, la gran mayoría de travertinos existentes en el mundo pertenecen al Cuaternario (menos de 2,6 millones de años). En periodos anteriores son muchísimo menos frecuentes debido tanto a su baja capacidad de preservación frente a los procesos erosivos, habituales en ambientes terrestres, como al reducido espesor y extensión de sus dispersos afloramientos. 


Emily y Elena, con la misma piedra

martes, 5 de abril de 2016

Dice que trabaja con las formas básicas: el cuadrado, el círculo y el triángulo, que son las formas que nos acompañan toda la vida. Al artista mexicano Vicente Rojo, nacido en Barcelona en 1932, los triángulos le inspiraron para hacer sus Pirámides y de allí pasó a los volcanes. "El volcán es la contradicción entre la belleza y el dolor. Es el origen. Y es el triángulo". Pero no sólo. En la serie que realizó, entre 2000 y 2005, titulada Volcanes construidos, el círculo no podía faltar.

Cráter B (año 2004), de Vicente Rojo. Lienzo sobre bastidor de madera de pino, con esferas de corcho blanco y conos de madera adheridos; recubierto con pintura acrílica, ceniza volcánica del Popocatépetl y arena de playa de Cancún (190 x 190 cm, 64 kg). Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México

   Cráter del Popocatépetl, el 24 de enero de 2002 (foto de la Secretaría de Comunicación y Transporte de México). El cráter presenta una forma aproximadamente elíptica, con un eje mayor de unos 800 m y un eje menor de unos 600 m. En su interior se aprecia un domo de lava (elevación en forma de cúpula, compuesta por lavas viscosas que se acumulan sobre la boca eruptiva). El domo, de unos 180 m de diámetro y 50 m de altura, se creó el día anterior. En abril de ese mismo año, creció otro domo sobre éste y ambos fueron destruidos totalmente por la actividad volcánica el día 15 de mayo de 2002

Otros muchos artistas, al igual que Vicente Rojo (haz clic en los términos en rojo para ir al enlace), se han sentido fascinados por el volcán Popocatépetl. Tanto es así que, en el año 2005, el Museo del Palacio de Bellas Artes de México organizó una exposición con más de 400 obras dedicada al Popocatéptl ("el monte que echa humo", en lengua náhuatl) y al Iztaccíhuatl ("la mujer blanca"), otro volcán situado unos kilómetros al norte.

Uno de los pintores que más veces retrató el Popo fue el extravagante y polémico Dr. Atl (seudónimo de Gerardo Murillo, Guadalajara, Jalisco, 1875 - Ciudad de México, 1964). Maestro de los muralistas Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera, fue un fanático de los volcanes, especialmente del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Paricutín, volcán que nació en el año 1943 y al que Atl siguió de cerca, los tres protagonistas de muchas de sus obras. Sus cuadros son a menudo intensamente coloristas, con un peculiar estilo a mitad de camino entre el realismo y un expresionismo efectista. He preferido, sin embargo, rescatar de él un dibujo poco representativo de su obra.Tal vez porque,  despojado de color y escueto en sus líneas, nos remite a la esencia del volcán. Sin distracciones.

Popocatépetl (sin fecha), de Dr. Atl. Dibujo sobre papel (21 x 25,4 cm). Colección de dibujos y grabados de GM México

Marsden Hartley (1877-1943), primer gran pintor moderno estadounidense del siglo XX, pasó largas temporadas en Europa y sintetizó en sus obras el cubismo con otros movimientos de vanguardia. Realizó fantásticos cuadros de paisajes, sobre todo de Nuevo México. Pero no sólo:

 Popocatépetl, Spirited Morning (año 1932), de Marsden Hartley. Óleo sobre madera (63,5 x 73,7 cm). Smithsonian Art Museum, Washington 

El volcán Popocatépetl (5.426 m sobre el nivel del mar) está situado a unos 75 km al sureste de la Ciudad de México, a unos 40 km al oeste de Puebla y a 60 km al este de Cuernavaca. Es un estratovolcán (un gran volcán formado por sucesivas erupciones de lava y depósitos piroclásticos), que ha tenido una larga y compleja historia, ya que el cono volcánico actual se emplazó hace unos 23.000 años sobre los restos de otros dos volcanes anteriores. Tras el colapso del primero de ellos (¿200.000 años?) y la subsiguiente formación de una caldera de hundimiento, sobre ella comenzó a emerger el segundo volcán, que colapsó a su vez tras otra gran erupción. A partir de entonces se ha ido construyendo el cono actual.

Esquema de los distintos tipos de materiales arrojados por un volcán (según el Laboratorio Magmas y Volcanes, Observatorio de Física del Globo de Clermont-Ferrand). Los depósitos piroclásticos se producen por dos grupos de mecanismos: a) caídas de fragmentos de distinto tamaño (de menor a mayor: cenizas, lapilli y bombas o bloques); b)  flujos piroclásticos (nubes de gas y materiales sólidos que se desplazan a ras del suelo)

El volcán estuvo prácticamente sin actividad entre 1927 y diciembre de 1994. Desde entonces, con intermitencias, no ha cesado de mostrar su dinamismo. Su actividad explosiva se ha manifestado a través de varios episodios, a los que se ha podido seguir su huella a través del registro geológico. La más reciente de estas grandes erupciones es de hace unos 1.100 años. La mayor, de hace unos 17.000.  

Depósitos de la erupción pliniana del Popocatépetl conocida como "Tutti Frutti" (nombre gracioso, pero bien sugerente).Ocurrió hace unos 17.000 años y la columna eruptiva llegó a alcanzar una altura máxima de cerca de 44 km, según un trabajo de Sosa-Ceballos y colaboradores, publicado en 2012. En la foto de la izquierda, según estos mismos investigadores, los niveles señalados como 1, 2 y 4 corresponden a depósitos piroclásticos de caída, mientras que el nivel 3 representa un depósito de flujo piroclástico (los niveles existentes por encima del 4 son cenizas de erupciones más recientes). En la foto de la derecha, asistentes a un congreso internacional celebrado en 2004 en el estado de Puebla, titulado "Neogene-Quaternary Continental Margin Volcanism", al parecer muy entusiasmados observando el afloramiento de "Tutti Frutti" 

La figura (ver de nuevo el esquema de más arriba) ilustra también sobre uno de los contextos en que se generan los volcanes: el denominado como arco volcánico continental, en que una placa oceánica subduce bajo una continental. Una situación análoga a la que ha dado lugar a la Faja Volcánica Transmexicana (FVTM), donde se ubica el Popocatépetl. Aunque nuestro caso es mucho más complejo, ya que son dos placas oceánicas, Cocos y Rivera, las que se sumergen bajo una placa continental (Norte América). Y, además, las dos placas oceánicas subducen con distinta velocidad y diferente ángulo de inclinación bajo la placa norteamericana (lo que ha dado lugar a una gran complejidad geológica y volcánica en esta zona, con ciertas peculiaridades que la diferencian de otros arcos volcánicos).
           El Popocatépetl en relación con la Faja Volcánica Transmexicana (FVTM) y los límites de placas. La situación de los volcanes (pequeños triángulos rojos) procede del Global Volcanism Program (Smithsonian Institution), mientras que el modelo de límites de placas se ajusta al propuesto por Bird en 2003. Los nombres de las placas aparecen en color naranja. Las flechas blancas y los números que hay en ellas indican las direcciones y velocidades de convergencia actual (en mm/año) en la Fosa Mesoamericana, que he añadido con datos de investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ferrari y colaboradores, 2011)  

Cuando Malcolm Lowry vivió en Cuernavaca, el Popo no humeaba. Seguramente por ello tampoco aparece humeante en las magníficas litografías que realizó el pintor mexicano Alberto Gironella (1929-1999) para la ilustración de la novela Bajo el volcán. Gironella dijo de sí mismo: "Soy un escritor frustrado". Pero supo, como pocos, arrancar imágenes escondidas en la literatura. 
Dos litografías de la serie titulada Bajo el volcán, de Alberto Gironella (1991)

Y el Popo seguirá, por mucho tiempo, siendo el monte que echa humo.

  Nubes eruptivas de vapor de agua y cenizas, arrojas por el Popocatépetl el día 25 de abril de 2012 (foto de Ronaldo Schemidt, AFP Photo)




El monte que echa humo

martes, 22 de marzo de 2016


El mapa como punto de partida, motivo, excusa o reflexión. La visión que el artista tiene del mundo, de su propio mundo, de sus relaciones con él. La base para narrar historias en el espacio. Lo personal y nuestra posición enfrentada a lo que nos rodea. Símbolos y lenguajes que se acercan al paisaje. Recuerdos. Metáforas visuales.
En los años 60 y 70 del siglo pasado muchos artistas norteamericanos y europeos comenzaron a usar los mapas en sus creaciones o a inspirarse en ellos: Alighiero Boetti, Marcel Broodthaers, Nancy Graves, Robert Smithson, Agnes Denes, Jasper Johns,... (haz clic en los términos en rojo para enlaces).


Arriba, la obra de Nancy Graves titulada "Región Fra Mauro de la Luna" (1972), perteneciente a la serie Litografías basadas en mapas geológicos del programa Lunar Orbiter y los sitios de alunizaje del Apolo. Abajo, fragmento del mapa geológico de la cara próxima de la Luna, centrado en la región Fra Mauro (1971, NASA y USAF Aeronautical Chart and Information Center, a escala original 1:5.000.000)



Arriba, "Map" (1961), de Jasper Johns. Las dos imágenes de abajo son fragmentos, extraídos con distinto nivel de detalle, del mapa geológico de Norte América (escala 1:5.000.000), editado por la Sociedad Geológica de América en 2004

Una de las características más llamativas de los mapas geológicos son sus colores: cada uno de ellos representa una diferente unidad geológica (un tipo de roca o conjunto de rocas de un determinado rango de edad). Las unidades geológicas se definen y nombran de acuerdo a las investigaciones, muchas de ellas directamente realizadas sobre el terreno, de las rocas y su edad. Con posteriores reconocimientos y datos adicionales, se pueden llegar a delimitar nuevas unidades geológicas y diferentes interpretaciones, lo que constituye la base para un mejor conocimiento de la geología de un área determinada y, en definitiva, para el progreso científico. Por ello, los mapas geológicos reflejan el conocimiento del equipo que los ha realizado en el momento en que se acometen. Además de los colores, los mapas geológicos incorporan líneas y diferentes signos convencionales propios, una leyenda cronoestratigráfica (que ordena en el tiempo las unidades geológicas cartografiadas) y, a menudo, cortes geológicos y otros esquemas. 




Fragmentos de mapas geológicos. De arriba abajo, editado por Instituto Geológico y Minero de España (2011), Istituto Nazionale de Geofisica e Volcanologia (2011), British Geological Survey (2008) y California Geological Survey (2002). La escala original de los mapas es 1:50.000 en todos ellos, salvo en el último (1:100.000) 

Por otra parte, los mapas geológicos reúnen varias características que los hacen singulares. En primer lugar, constituyen un lenguaje formal, con reglas específicas, lo que permite el entendimiento de la geología mostrada en el mapa, independientemente del idioma o de la procedencia de quienes lo hayan realizado o de quienes lo interpreten. En segundo lugar, son mapas que integran cuatro dimensiones: a las dos propias de todo mapa, se añaden la profundidad (un buen mapa geológico, a escala mediana o de semidetalle, debe permitir conocer la disposición de las unidades geológicas por debajo de la superficie del terreno) y la dimensión temporal (ya que las unidades cartografiadas se ordenan en sucesión cronológica). Y, finalmente, destacan con frecuencia por su belleza plástica, aunque este aspecto no forme parte ni de su objetivo ni de sus peculiaridades intrínsecas. Porque un mapa, a pesar de su valor estético o decorativo, no es una obra de creación artística, aunque a veces lo parezca. De hecho, cada vez más artistas que trabajan con mapas en su obra, o los usan como referente, se conectan con científicos y técnicos para abordar nuevas perspectivas en sus creaciones: un buen ejemplo de ello es la Comisión de Arte y Cartografía, de la Asociación Cartográfica Internacional (ICA). 

Obras de cuatro, de los muchos artistas que se dedican actualmente a los mapas, aparecen aquí abajo: Paula Scher, Mychael Barratt, Rebecca Riley y Gareth Wood (alias Fuller).




De arriba a abajo: Tsunami, de Paula Scher; A London Map of Days, de Mychael Barratt;  Randomland, de Rebecca Riley; London, de Gareth Wood (alias Fuller)        

Matthew Cusick, estadounidense nacido en 1970, realiza extraordinarios collages, con los que crea retratos y paisajes de una gran fuerza expresiva. En el que aparece aquí abajo, realizado con mapas incrustados en un panel, utiliza un mapa geológico de la Luna (quizá habría que llamarlo mapa selenológico), como se observa en su mitad derecha. Que es, por cierto, el mismo mapa en el que se basó Nancy Graves (ver las dos primeras imágenes de esta entrada). Tal vez se anime más adelante a incorporar algún mapa geológico (terrestre) a sus nuevas obras.

Blue Horse (2011), de Matthew Cusick (mapas incrustados, 51 x 76 cm)    

Acabo con dos sentencias. Esta es de Jasper Johns: "El arte es mucho menos importante que la vida, pero qué pobre vida sin él". Y esta otra, atribuida a un geólogo del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), Avery Ala Drake, Jr.: "En cuanto publicas tu mapa geológico, se queda anticuado".




Mapas y mapas