"Hay puntos en el desierto donde el espacio entre la arena y el cielo parece ser infinito, y hay otros puntos donde parece no haber espacio alguno y la tierra y el cielo aparecen como pegados" (John Berger, Confabulations, 2016).
CUESTIÓN DE ARIDEZ
El desierto de la Gran Cuenca se localiza en el oeste de Estados Unidos, entre la californiana Sierra Nevada y las Montañas Rocosas. En un punto de este desierto (unos 400.000 kilómetros cuadrados, un paisaje de depresiones alargadas entre alineaciones montañosas) decidió la artista
Nancy Holt (Worcester, Massachusetts,1938
- Nueva York, 2014) emplazar su obra."Quería traer el enorme espacio del desierto a la escala humana. La vista del paisaje es demasiado abrumadora para abarcarla sin referencias visuales", escribió en 1977. La situó en un área que, aunque apartada, es de fácil acceso. Precursora del recién nacido
land art, su trabajo artístico no intentaba transformar el sitio, sino llamar la atención sobre nuestra relación con el paisaje y la percepción que de él tenemos.
Sun Tunnels (Túneles de sol), de Nancy Holt, 1973-1976. Desierto de la Gran Cuenca en Utah (EE. UU.). Hormigón, acero y tierra. Cuatro tuberías dispuestas en cruz con perforaciones circulares. Cada tubería mide 5,5 metros de largo y tiene un diámetro interno de 2,44 metros. Foto: Denny Wilkins
Nada en esta obra es fruto del azar o del capricho. Al igual que los túneles de viento son una herramienta para el estudio del movimiento del aire alrededor de objetos sólidos, en estos túneles de sol se ilustra al visitante sobre el movimiento aparente del astro y el de cuatro constelaciones. Los agujeros perforados permiten que en cada tubería penetre la luz, que va continuamente cambiando con la rotación de la Tierra, de acuerdo al patrón geométrico en que se disponen las constelaciones del Dragón, Columba, Capricornio y Perseo. Y el eje de uno de los pares de tuberías está orientado de tal manera que, en el solsticio de invierno, se alinea con las posiciones del sol en el ocaso y al amanecer, de tal forma que la luz las atraviesa completamente; en el solsticio de verano ocurre lo mismo con el otro par de tuberías.
Sun Tunnels, de Nancy Holt. Puesta de sol en solsticio, vista a través de dos de las tuberías. La zona del desierto en que se sitúa la obra se conoce como el Desierto del Gran Lago Salado de Utah, que estuvo ocupado por un gran lago de agua dulce de más de 50.000 kilómetros cuadrados, el lago Bonneville. Esto ocurrió entre hace 14.000 y 32.000 años, cuando el clima aquí era húmedo. Foto vía Exposition Art Blog
Aunque existen diferentes formas para definir una región como desierto (por ejemplo, áreas con baja densidad de cubierta vegetal y amplias extensiones de suelos desnudos), el criterio más importante se basa en la aridez: la falta de agua como principal factor limitante de los procesos biológicos. Y una forma de medirla es a través del índice de aridez, que es simplemente la relación entre la precipitación media anual y la evapotranspiración potencial (la cantidad de agua que se perdería por la transpiración de las plantas y la evaporación directa desde el suelo). Una forma de obtener esta última, la evapotranspiración potencial, es a través de ecuaciones que dependen de la media mensual de temperaturas y del número medio mensual de horas diarias de luz. En definitiva, muchas horas de luz, altas temperaturas y lluvias muy escasas caracterizan los desiertos.
NO SOLO ARENA
Los auténticos desiertos presentan una relación entre la precipitación y la evapotranspiración inferior a 0,20. Lo que significa que el agua de lluvia proporciona menos del 20% de la cantidad de agua necesaria para mantener un crecimiento óptimo de la vegetación, que caracteriza a las zonas áridas. O, incluso, menos del 5%, con las que se clasifica a las zonas hiperáridas. Ambas zonas, áridas e hiperáridas, ocupan actualmente casi una quinta parte de las zonas emergidas del planeta.
Los desiertos no proporcionan paisajes homogéneos ni uniformes. Sus morfologías dependen, sobre todo, del contexto geológico en que se desarrollan. En unos casos predominan las llanuras rocosas con cerros aislados (desierto australiano de Tanami, por ejemplo); en otros, encontramos cañones y terrenos escarpados (meseta norteamericana de Colorado); mientras que los formados por alineaciones montañosas separadas por áreas deprimidas son característicos en los desiertos de la diagonal árida de América del Sur (sur de Ecuador, costa del Perú, punas desérticas del norte de Chile y Argentina y del sur de Bolivia) o en la Gran Cuenca del oeste estadounidense, donde Nancy Holt instaló sus túneles de sol. El paisaje que, quizá, proporciona la idea más popular de desierto es el de los grandes mares de arena, o ergs, que se extienden por áreas de decenas de miles de kilómetros cuadrados, y que se asocian a zonas tectónicamente estables. Y ni siquiera aquí la uniformidad es absoluta: grandes dunas primarias, de más de 100 metros de altura, aparecen con otras más pequeñas derivadas de las anteriores, así como con mantos arenosos ondulados y llanuras interdunares, dando lugar a mezclas complejas y difíciles de clasificar.
En cualquier caso, se estima que solo el 20% de los desiertos están cubiertos por arena, siendo mucho más frecuentes los desiertos pedregosos, o regs, también llamados pavimentos desérticos.
Dunas de diversos tipos cubren partes de esta planicie, cuyo color blanquecino se debe a una costra de sal. La zona se sitúa en el sur de la Depresión de Qattara (noroeste de Egipto, desierto del Sáhara), una enorme cuenca cerrada de más de 19.000 kilómetros cuadrados y que llega a alcanzar una profundidad de 134 metros bajo el nivel del mar. La depresión, a unos 300 kilómetros al oeste del río Nilo, se originó por erosión eólica, facilitada por el efecto de rotura en las rocas del sustrato al cristalizar la sal en sus poros. La imagen, obtenida de Zoom Earth, tiene una anchura de 9,1 km (en el punto central, latitud: 29⁰ 6' 16.7'' N; longitud: 27⁰ 33' 36.5'' E)
El desierto del Sáhara, el más grande del mundo (9 millones de kilómetros cuadrados, una extensión similar a la de países como China o EE. UU., y más del doble de la superficie que suman los 28 países de la Unión Europea), es un magnífico exponente de la variedad paisajística de los desiertos. Aparecen en él mares de arena, como el Gran Erg Occidental (Argelia) o el aún mayor Gran Erg Oriental (Argelia y Túnez), este último el más extenso de este inmenso desierto. Pero también cordilleras, mesetas y grandes edificios volcánicos, superficies rocosas salpicadas por cerros testigos, salares o domos circulares graníticos, así como numerosos afloramientos discontinuos de rocas, tapados en parte por arenas eólicas.
Afloramiento de mármoles al este del macizo montañoso de Aïr (Níger), cubierto parcialmente por las arenas del desierto sahariano de Teneré. Desde el aire estos mármoles se ven como alargados promontorios azules. Foto: Jacques Taberlet
Una de las numerosas singularidades del Sáhara es el
río Nilo, el único río que atraviesa todo el desierto. Lo hace de sur a norte por su extremo oriental, en un recorrido de más de 2.500 kilómetros una vez que se juntan el Nilo Blanco y el Nilo Azul en Jartún (Sudán), hasta desembocar en el Mediterráneo, donde ha creado un importante complejo deltaico. Un río cuyo trazado está condicionado por grandes estructuras lineales del subsuelo, como diques, fallas y contactos geológicos, y de larga historia: ya a finales del Mioceno existía un "paleo-Nilo", que se vio afectado (como todos los ríos mediterráneos) por el cierre del Estrecho de Gibraltar y el espectacular
descenso que experimentó el Mediterráneo hace poco más de 5,6 millones de años. A consecuencia de este descenso, el "paleo-Nilo" excavó un
gigantesco cañón de más de 1.300 km de longitud y 2.500 metros de profundidad, ¡mucho mayor que el del actual Gran Cañón del Colorado!
Ya en tiempos muy recientes, entre hace 12.000 y 5.000 años, el Nilo ha dejado testigos del incremento de humedad que surgió tras el último episodio glacial cuaternario. Los depósitos fluviales de esas fechas nos hablan de un río con un canal fluvial de mucha mayor entidad que el actual; sus inundaciones llegaban a cubrir de agua franjas de terreno de entre 20 y 40 km más anchas que las actuales. Incluso los sistemas dunares limítrofes, estabilizados por el desarrollo de la vegetación bajo ese clima más húmedo, llegaron a taparse por depósitos fluviales de grano fino, de tipo limo-arcilloso. Pero los sedimentos y morfologías de los últimos 5.000 años ya reflejan condiciones de aridez similares a las actuales.
El Valle, obra de Mohamed Banawy. Año 2013. Arcilla, madera, vidrio, metal y cemento, 500 x 150 cm
El Valle (detalle), de Mohamed Banawy
El artista egipcio
Mohamed Banawy (Al-Sharkia, 1977) expuso esta obra de gran tamaño (cinco metros de largo por uno y medio de ancho) en la Bienal de Venecia de 2013, un mosaico del valle del Nilo en que parece unirse la abstracción con la cartografía. Coloca pequeñas piezas hechas a mano (de vidrio, de madera, de metal) sobre grandes planchas prensadas de arcilla para recrear uno de sus paisajes más próximos y cercanos. Con esta obra también muestra la ocupación humana del valle del Nilo y el resultado de ésta en su entorno. Un valle en el desierto que ha jugado, además, un papel central en el desarrollo de una rica diversidad de culturas. "Disfruto viendo paisajes y ciudades
desde lo alto o desde un avión y estas escenas acaban siendo una de las principales inspiraciones de mi trabajo", comentó Banawy en una entrevista del año 2012.
SOBREVOLAR, CAMINAR...
Las imágenes aéreas, hayan sido tomadas desde aviones, satélites o drones, nos permiten no solo reconocer grandes extensiones de terreno en poco tiempo y establecer relaciones entre los distintos elementos que las integran, sino también identificar rasgos geológicos muy significativos. La imagen de más abajo aparece plagada de arañazos en idéntica orientación, que representan una morfología muy característica de erosión en ambientes desérticos: los yardangs, vocablo de origen turcomano que se utiliza para designar alineaciones paralelas de crestas y pasillos sobre sustratos rocosos o sedimentos más o menos consolidados. Sus tamaños son muy variables, desde un metro hasta varios kilómetros de longitud.
Su origen está en el viento. Las incisiones se desarrollan mediante erosión eólica, ayudada por el polvo y, sobre todo, por los granos de arena que transporta (lo que se conoce como abrasión); y el material roto y suelto que se produce se moviliza de nuevo por el viento (deflación).
Yardangs en el Sáhara centro-oriental, desierto de Borkou (norte de Chad, al sur del macizo de Tibesti). La imagen fue tomada por el satélite Landsat 8 y representa una anchura de 34,6 km, lo que proporciona una idea del desarrollo de estos auténticos mega-yardangs. Están labrados sobre areniscas paleozoicas y los surcos o corredores entre crestas, cubiertos por arena, tienen anchuras de entre 30 y 70 metros. El viento dominante que los creó sopla del nordeste (ángulo superior derecho) hacia el suroeste (ángulo inferior izquierdo). Coordenadas del punto central: 18⁰ 28' 54'' N; 19⁰ 25' 25'' E
Al igual que otras formas de erosión o de sedimentación eólicas, los yardangs han pasado de ser una mera curiosidad científica a objeto destacado de
investigación planetaria,
ya que se han reconocido idénticas morfologías en Marte, Venus y Titán, el mayor satélite de Saturno. Y aunque los estudios sobre ellos se han multiplicado en nuestros desiertos terrestres, no existe una teoría general que explique su evolución a largo plazo y por qué, en determinados momentos, se interrumpe su avance. Esto, claro, dificulta la comprensión de la geología superficial planetaria y de los procesos de erosión eólica que allá se producen. En
este artículo reciente, del año 2017, Thomas Barchyn y Chris Hugenholtz, de la universidad canadiense de Calgary, proporcionan una buena visión del estado actual del conocimiento de los yardangs, al tiempo que proponen un modelo paramétrico que podría ser de interés para realizar predicciones cuantitativas sobre su evolución.
Sin título, obra de Guillem Nadal. Año 2016. Técnica mixta sobre madera, 150 x 150 cm
El mallorquín
Guillem Nadal (Sant Llorenç des Cardassar, 1957) es hoy un pintor sin pinceles, que abandonó hace años. En esta obra, que forma parte de su
Proyecto para una isla, iniciado en 1996, muestra su desinterés por el color y su técnica con la que maneja la pintura mezclada con arena, que arrastra y araña con las manos. Dejando huellas que, según él, representan "la imposibilidad de alcanzar el objetivo, el
espacio soñado, mágico y perfecto, y a la vez utópico e irreal, aunque irremediablemente necesario para espantar el desastre".Tal vez como si fueran las marcas de un viento que gira en algún lugar del desierto.
A los desiertos también se ha acercado a caminar el artista británico
Richard Long (Bristol, 1945). Al desierto de Karoo, en Sudáfrica; al desierto de Gobi (norte de China y sur de Mongolia); o a la puna desértica del sur de Bolivia. También, por supuesto, al Sáhara, donde ha dejado varias de sus pasajeras obras. Richard Long ya fue uno de los artistas invitados a la exposición
Earth Art de 1969 (celebrada en Ithaca, estado de Nueva York), con la que se "oficializó" el nacimiento del
land art. Su práctica artística se caracteriza por la supresión de límites entre el objeto (efímero) y el contexto (geológico) y entre el trabajo artístico (sus geometrías de piedra) y la documentación del mismo (sus propias fotografías).
Más aún. Las caminatas son parte esencial de su método de trabajo, con las que toma conciencia de lo que le rodea y le proporcionan la idea de lo que ese espacio le hace sentir: una línea, un círculo, una espiral..., trazos que responden a lo abstracto, pero también a lo primigenio. Señales con las que une el trayecto, el lugar y el momento.
Sahara Line, de Richard Long (1988). Esta obra, como otras que hizo en ese mismo viaje-caminata, la realizó en el macizo montañoso de Ahaggar (también conocido como Hoggar), en el sur de Argelia. Se observa una planicie cubierta por un pavimento desértico tipo hamada, formada por fragmentos rocosos angulares englobados en una matriz de material más fino; posiblemente se ha generado por deflación, mediante la cual el viento ha evacuado una parte de los elementos más finos, mientras que el material más grueso permanece como residuo. Al fondo destaca el prominente relieve (hacia el que apunta la línea de piedras de Long) de un pitón o aguja volcánica; está formada por una columna de lava casi vertical, que rellenaba la chimenea de un antiguo edificio volcánico ya desmantelado por erosión
EL COMIENZO Y EL FINAL
Tal vez la pregunta clave para entender nuestros actuales desiertos y, quizá, vislumbrar su futura evolución, es: ¿qué edad tienen?, ¿desde cuándo las regiones en que se encuentran son desérticas? La respuesta no es fácil ni inmediata. La aridez o hiperaridez que les caracteriza obedece a su posición en distintos contextos climáticos: unos se sitúan en la zona intertropical de altas presiones (Sáhara y península arábiga, por ejemplo); otros se localizan bastante al norte de esa zona, en el centro de grandes masas continentales y muy distanciados de los océanos, por lo que no les llegan los vientos portadores de lluvia (los desiertos de Asia central, como el de Gobi); otros son debidos al efecto barrera que producen las cadenas montañosas frente a las masas de aire cargadas de humedad (Gran Cuenca estadounidense); los hay originados por su proximidad a corrientes frías oceánicas, que enfrían la parte baja de la atmósfera y, como consecuencia, se reduce la evaporación del agua del mar y casi desaparece la humedad del viento que sopla desde él (desierto de Namibia); otros, finalmente, se originan por una posición en que se combinan los dos últimos aspectos, como ocurre en el desierto chileno de Atacama (corriente fría de Humboldt y efecto barrera de los Andes a los vientos húmedos orientales provenientes de la cuenca amazónica).
Parece ser, sin embargo, que a pesar de esos diferentes ambientes climáticos, una parte significativa de los paisajes desérticos actuales son el resultado de los climas ocurridos a lo largo del Cuaternario (los últimos dos millones y medio de años), que también han dejado desiertos antiguos o relictos. El Cuaternario es un periodo de grandes variaciones climáticas que ha permitido que, en una misma región, se hayan alternado fases húmedas y áridas. El Sáhara, por ejemplo, contiene formas bien preservadas que atestiguan la existencia de otros climas cuaternarios, como son los grandes sistemas fluviales bajo las arenas eólicas. Y que son reflejo, posiblemente, de alguno de los últimos episodios húmedos del Sáhara, como el registrado en los antes comentados depósitos del Nilo. La región volvió a ser de nuevo hiperárida coincidiendo con un periodo de sequía devastadora de alcance mundial (este hecho ha llevado a definir muy recientemente, en julio de 2018, la última época del calendario geológico, el Meghalayense, que habría comenzado en ese momento, hace 4.200 años, y que es en la que ahora nos encontramos).
Duna negra (año 2017), del artista Tomer Sapir (Israel, 1977). Transparencia y papel encerado, 80 x 106 cm
Pero cada desierto tiene una historia climática y geológica única, ni siquiera idéntica en los desiertos más grandes. Los extensos
ergs, con grandes dunas de alturas superiores a los cien metros, parece poco probable que se hayan formado en los últimos 12.000 años (inicio del Holoceno), sino en épocas anteriores, con vientos mucho más intensos. El
mar de arena de Namibia, junto a la costa suroccidental de África, es uno de los que han servido para constatar su gran antigüedad, como
mínimo de un millón de años (edad establecida mediante
dataciones con cosmogénicos, tal como se recoge en
este artículo de Abi Stone, de la Universidad de Oxford, publicado en 2013 en la revista
Journal of African Earth Sciences).
Y no solo ese desierto y las grandes montañas de arena provienen de antiguo. En el de
Atacama (norte de Chile), tal vez el desierto más árido del planeta, se han datado con técnicas similares superficies morfológicas típicas de estos espacios, que confirman la gran antigüedad de las mismas y del desierto que las alberga. En este caso, la edad obtenida es de ¡
nueve millones de años!, coherente con las fechas de los dos acontecimientos que, hace quince millones de años, desencadenaron el nacimiento de este desierto: el inicio de la corriente de Humboldt como respuesta a la formación de la capa de hielo de la Antártida, y el levantamiento de los Andes centrales con su consecuente efecto barrera a los vientos húmedos orientales (para el lector interesado, este
artículo corto publicado en el año 2005, en la revista
Earth and Planetary Science Letters).
¿Y cómo acabar este viaje por el desierto? Con una derrota, la de los saharauis: atropellados y arrinconados en su propio territorio, el Sáhara Occidental, o exiliados en el desierto argelino tras la ocupación del país invasor (Marruecos), con la connivencia de la antigua potencia colonial (España). Un hecho consumado bajo la manifiesta ineptitud de los organismos internacionales (la ONU a la cabeza).
El grafiti más grande del mundo, obra de Santiago Sierra, octubre de 2012. Cerca del campo de refugiados de Smara (provincia de Tinduf, Argelia). El grafiti, con las letras S.O.S. excavadas en la tierra, mide 5 km x 1,7 km; hubo que marcar previamente 2.000 puntos de referencia
El artista
Santiago Sierra (Madrid, 1966) realizó la obra por invitación de
Artifariti (Encuentros Internacionales de Arte y Derechos Humanos del Sáhara Occidental) y del Frente Polisario. Con ella se suma a las denuncias, estériles tras casi 43 años de ocupación, por el abandono al pueblo saharaui y la ausencia de planes o acuerdos que reviertan la situación.
Por si alguien no se había dado cuenta, esta obra también es representativa del land art.
Próxima entrada: primera semana de octubre de 2018. Mientras, sean felices (con moderación).