jueves, 5 de octubre de 2017

El Enemigo del Arte Contemporáneo, en expresión del escritor argentino César Aira, manifiesta con frecuencia su inquina hacia una porción considerable del arte de nuestros coetáneos. Sin entrar en otros aspectos, sino solo en lo que se refiere al resultado de la creación artística, el origen de este rechazo probablemente se encuentra en la pretensión de juzgarlo con criterios válidos para el arte "tradicional", incansable en la búsqueda de la belleza de acuerdo a ciertos modelos estéticos más o menos cambiantes a lo largo de la historia. Criterios que habitualmente no son adecuados para el arte contemporáneo, donde lo esencial es la idea o significado que pretende encarnar y transmitirnos el artista con su obra, más allá de su mera expresión formal, tal como vino a razonar el filósofo estadounidense Arthur C. Danto. Una expresión formal que suele repugnar al Enemigo del Arte Contemporáneo, educado en los cánones tradicionales, pero incapaz o desganado para acercarse a lo diferente con una nueva mirada, que además suele requerir un esfuerzo de indagación y de reflexión.

Curiosamente, no pocos fieles seguidores del arte contemporáneo se rigen también por el viejo paradigma, aunque su actitud hacia los nuevos modelos estéticos (suponiendo que los haya) sea abierta y, digamos, tolerante. Al final, para muchos se acaba reduciendo todo a la falsa y cómoda disyuntiva "me gusta/no me gusta", sean detractores o acólitos.

Voy a ilustrar con un ejemplo lo que trato de explicar sobre el significado de una creación artística:

                Una obra de Rachel Sussman. Imagen: sitio web de la artista

Vemos la imagen y, tal vez, permanezcamos indiferentes (siempre y cuando no seamos un declarado Enemigo del Arte Contemporáneo). ¿Qué nos cuenta la obra? Lo primero que nos falta es el título, que nos puede ayudar (o no) a iniciar el relato. En realidad esta creación forma parte de un proyecto que Rachel Sussman (EE. UU., 1975) inició en 2015 llamado Pavimentos Kintsukuroi, palabra esta última que designa a una técnica tradicional japonesa para reparar con oro objetos de cerámica rotos. La artista se apropia de esta idea y la lleva a las calles, donde aplica a las grietas que encuentra en aceras, asfalto o solerías una resina vegetal y una mezcla de bronce y polvo de oro. Pero también, como en la imagen de arriba, realiza fotografías de las grietas, que luego pinta a mano con esmalte y polvo metálico. Sabemos el título y cómo lo ha hecho, pero aún es insuficiente. 

Mejor que nos lo cuente la propia Sussman: "Las grietas necesitan atención. Caminamos, andamos en bici o conducimos sin fijarnos en las superficies sobre las que aparecen hasta que llegan a una situación crítica. Dorarlas es ver lo que nos rodea de una manera distinta". Y añade: "Algo que se ha formado en el transcurso de unas pocas décadas nos sirve como recordatorio de que en la naturaleza los procesos siguen ocurriendo a nuestro alrededor, pero a un ritmo demasiado lento para que los podamos apreciar; es una escala diferente a la nuestra, más profunda".

Sabiendo ya todo esto es probable que la lectura de la obra sea otra bien diferente. Quiero destacar la consideración que hace la artista sobre los pequeños cambios que operan en la naturaleza a lo largo de dilatados periodos de tiempo. Que son, en definitiva, los responsables de la evolución de la Tierra, junto a otros que no menciona Rachel Sussman: los de carácter súbito o catastrófico, representados por erupciones volcánicas, impactos meteoríticos, grandes terremotos y tsunamis, crisis climáticas, ... Vamos entrando en materia

MATERIA 

Las piedras (rocas, minerales, fósiles) son la esencia de la que se nutre la geología. También, claro, están los sedimentos, a los que si todo les va bien (es decir, si no se erosionan antes) acabarán siendo piedra. La geología es una ciencia que, no conviene olvidar, tiene como objetivo principal, aunque no único, la reconstrucción de la biografía de nuestro planeta. Sin piedras ni sedimentos hay poca, o ninguna, historia que contar. 

Muchos artistas ponen el foco de su obra en los materiales que utilizan: sus texturas, geometría, colores y disposición aportan interpretaciones y sensaciones que aún han sido, a pesar de todo, poco exploradas. En algunas creaciones son las propias piedras sin labrar ni esculpir las que articulan el mensaje. Esta obra del danés Olafur Eliasson (Copenhague, 1967), de padres islandeses, pretende recrear el paisaje de las tierras altas de Islandia e interrogar al espectador sobre la separación entre la realidad y su representación. Quizá sepan de inmediato qué piedra ha utilizado:



                   Tres vistas de Your disappearing garden (Tu jardín desaparecido), año 2011, de Olafur Eliasson: durante su preparación, instalada en una galería y un detalle de la obra. Imágenes: sitio web del artista

En efecto, es obsidiana. Una piedra tan peculiar que ni siquiera es una roca convencional, sino un vidrio volcánico. ¿Qué significa esto? Que se trata de un material, una masa de lava, que al salir a la superficie se enfrió tan rápido que, prácticamente, no hubo tiempo para que se formaran cristales: es decir, que carece de una distribución regular y repetitiva en el empaquetamiento de la estructura atómica de sus componentes. Es lo que se llama también un sólido amorfo. Por el contrario, la inmensa mayoría de los minerales (que, a su vez, se asocian para formar rocas) son sólidos cristalinos cuyos átomos se organizan según un patrón tridimensional repetitivo. 

La obsidiana es, sin duda, un material natural que presenta numerosas singularidades. Me voy a centrar solo en una de ellas: su característico (aunque no único) color negro. Por varias razones. Porque de este color son las obsidianas de la obra de Olafur Eliasson. También por ser un aspecto, el color, que suscita numerosas polémicas, muchas de las cuales tienen que ver con la utilización de razonamientos carentes de soporte científico. Y porque he leído hace poco dos entradas en blogs de divulgación científica, de diferentes autores, que aportan erróneos argumentos, alguno un tanto estrafalario, para justificar su coloración. 

Además de la mayoritaria sílice (SiO2), cuyo contenido suele ser superior al 65% en peso, entre los componentes de la obsidiana también aparecen óxidos de aluminio, hierro, manganeso, sodio, potasio, titanio, etc. Hace ya tiempo, en 2007, Chi Ma, de la división de Ciencias Geológicas y Planetarias del Instituto de Tecnología de California, y otros colegas concluyeron que el color negro de la obsidiana provenía de la presencia de partículas micrométricas (milésima parte de milímetro) y nanométricas (millonésima parte de milímetro) de un mineral, la magnetita, un óxido complejo de hierro de color negro parduzco y brillo metálico. Cuanto más negra es la obsidiana, mayor es la abundancia de este mineral o más grandes son sus microcristales (siempre que sean superiores a las 15 micras). Estas inclusiones minerales las identificaron, principalmente, mediante microscopía electrónica de barrido. 

En definitiva, aunque la obsidiana es un vidrio, también contiene pequeñas cantidades de minúsculos cristales que juegan un papel decisivo en su color oscuro: 

                            Afloramiento de obsidiana en Inyo Craters (California, EE. UU.). Se aprecian claramente unos niveles alternantes de color negro y de color gris, debido a un bandeado de flujo que se origina por variación en la concentración de microcristales. Las manchas pardas están producidas por meteorización superficial. Foto: Daniel Mayer

Y hace relativamente poco tiempo, en 2016, Andrés Camargo (del Departamento de Ingeniería Mecánica y Aeroespacial de la Escuela Naval de Posgrado, en Monterrey, California) y otros investigadores matizaron los anteriores resultados. En una muestra de obsidiana negra que analizaron, proveniente del estado norteamericano de Oregón, descubrieron que la masa vítrea, además de partículas cristalinas micrométricas y nanométricas ricas en hierro, también contenía otras ricas en aluminio, en calcio, en titanio o en sodio, en forma de óxidos y silicatos. Y todos estos microcristales, de variada composición química y tamaño, serían los responsables de la absorción de un amplio rango de longitudes de onda, proporcionando así el color negro a la muestra. En esta investigación, además de otras técnicas, resultó esencial la microscopía electrónica, tanto de transmisión como de barrido, para detectar las inclusiones minerales y sus principales componentes. 

En alguna otra ocasión mostraré ejemplos relacionados con los procesos y el tiempo en el arte contemporáneo, conceptos esenciales en geología. Mientras, finalizo con una obra que no se centra en la materia, sino en la representación de la materia

       Piedra de grafito (2014), de Mateo López. Grafito sobre papel, estructura de papel maché. Medidas variables. Foto: Galería Travesía Cuatro 

El artista colombiano Mateo López (Bogotá, 1978) la presentó en su exposición Casi un objeto, a la que subtituló Las cosas nunca son lo que parecen. Buena parte de sus obras son pura ficción, que también reflejan mucho de su impulso creativo: "El dibujo es una cosa que empieza en la cabeza, pasa por la mano, se dibuja, se recorta, se pliega, se arma y se vuelve un objeto tridimensional", ha dicho. Y así tenemos esta piedra, que en realidad es papel.

El artista ha usado un producto de base mineral, el grafito, solo para cubrir la superficie del objeto. Una sustancia natural que, cuando alcanza un elevado grado de cristalinidad, da lugar al mineral de ese nombre, consistente en hojas de anillos hexagonales ocupadas exclusivamente por átomos de carbono. Estas hojas se unen paralelamente unas a otras en una red cristalina tridimensional, con enlaces entre ellas muy débiles, razón por la que el grafito se separa, o exfolia, de una forma casi perfecta en láminas acordes con esos planos. Sin embargo, son más abundantes en la naturaleza otras formas escasamente cristalinas, también conocidas como "carbonos grafíticos" (graphitic carbons), que pueden contener, además del mayoritario carbono, ciertas cantidades de hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y azufre. 

¿Y de dónde proviene el grafito? Principalmente de sedimentos ricos en materia orgánica de origen biológico, incluso del carbón, que han sido sometidos a metamorfismo, un fenómeno que se produce por aumento en las condiciones de temperatura y presión en el interior de la corteza terrestre.También se ha llegado a encontrar carbono grafítico y grafito cristalino ¡en partículas de polvo interplanetario, en la materia de los cometas y en meteoritos! Estos compuestos extraterrestres de carbono se crean en ocasiones por procesos de irradiación en el espacio, mientras que en otras son consecuencia del metamorfismo térmico sufrido por el material del que proceden. Que nadie se alarme: en estos casos son otras fuentes, distintas de las biológicas, las que suministraron el carbono.

Evocando la exposición de Mateo López, quizá nada es lo que parece :

                         Grafito (terrestre). Colección del Instituto de Mineralogía, Universidad de Tubinga (Alemania). Foto: H. Zell


NOTA: Esta entrada se ha publicado también en el sitio web NAUKAS, plataforma de divulgación científica en castellano. 


Próxima entrada: primera semana de diciembre 2017. Mientras, sean felices (con moderación).  

Materia: apariencia y realidad (del arte contemporáneo a la geología)